“Ya no queremos andar como perros sin dueño”

Sin esperanza de lograr "el sueño americano" centroamericanos piden refugio en México

Con las puertas cerradas en EEUU, centroamericanos piden refugio en México por situaciones de violencia en su país y otros asuntos de inseguridad, pero no la tienen fácil. 

MÉXICO – Cuando llega el medio día en la capital mexicana, Mariana esconde su apellido, calza sus zapatos deportivos, se enfunda en un pantalón de mezclilla y sale a la calle montada en una bicicleta para comenzar su día de trabajo como una terapia aunque es su modo de vida desde que este país le concedió asilo por persecución de pandillas en Honduras.

“Yo no pertenezco a nada de eso, pero no sé por qué se meten con las familias, las meten en problemas”, cuenta esta mujer de 35 años poco antes de empezar a repartir comida a domicilio, el empleo con que paga la renta de un departamento y que consiguió gracias a Casa de Refugiados, una asociación civil que coopera directamente con ACNUR, la agencia de la Organización de las Naciones Unidas para el tema.

Mariana no quiere dar detalles de lo que ocurrió exactamente para que ella saliera sólo con la ropa que tenía puesta y unos cuántos dólares. Tiene miedo: su familia, padres, hermanos, todavía están allá. De lo que sí quiere hablar es de que tiene suerte, causa y tesón para ser una de los pocos centroamericanos a los que México le ha dado refugio.

Según cifras calculadas por Amnistía Internacional (AI), del total de 400,000 migrantes centroamericanos indocumentados que cruzaban la frontera sur, sólo 6,461 pidieron asilo debido a que el gobierno mexicano no siempre informa a los indocumentados que tienen este derecho en casos de violencia o amenazas a su integridad física cuando son detenidas por el Instituto Nacional de Migración.

Personas solicitantes de la condición de refugiado esperando a ser atendidas en las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados en Tapachula, Frontera Sur de México.

LA REALIDAD

El analista del Colegio de la Frontera Norte, José María Ramos, explica que si bien México sigue con su política de puertas abiertas, la realidad es que económica, social y laboralmente “no tiene la capacidad” para recibir a migraciones masivas. “El número de asilados que acoge es bajo porque no quiere generar expectativas falsas”.

El caso es que hay una gran brecha entre la necesidad de protección actual y el acceso al refugio, agrega José Luis Loera, director de Casa de Refugiados. Por otro lado, advierte, “no hay voluntad política para combatir las causas de esa emigración que son la corrupción e impunidad”.

Casa de Refugiados otorga ayuda a los solicitantes de refugio con alimentos, transporte, información para acceso a servicios de salud, capacitación y empleo durante tres meses, el tiempo promedio en que la estatal Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados debería tardar en resolver las peticiones de asilo, aunque algunas veces se extiende más tiempo.

La Casa de refugiados durante un convivio con solicitantes de diversos países.

“Uno tiene que pasar por muchas pruebas, comprobar que no tiene problemas con nadie o que no está relacionado con quienes puedan ocasionarlos. En ese sentido yo he presentado dificultades”, reconoce Miguel, un ex guerrillero nicaragüense de 50 años que pidió asilo el 26 de septiembre pasado y se lo otorgaron hace 20 días.

Miguel luchó por la misma causa del hoy presidente de Nicaragua Daniel Ortega hasta que éste desapareció los poderes y se perfiló a la dictadura. “Se volvió represor y yo lo denuncié a nivel internacional y me volví su enemigo”, cuenta con amargura.

Antes de salir del país donde murió su madre y dos hermanos  durante la guerrilla sandinista, este emigrante pensó que si Estados Unidos “había patrocinado esa lucha” ahora el país debería acogerlo. Pero no lo hizo: al llegar allá le dio largas, lo desanimó, estuvo 10 meses en un centro de detención entre desalientos de las autoridades hasta que se desesperó y vino a México. “Esos pinches gringos me la deben”.

DE AQUÍ SOY

Por eso hoy  siente tanto agradecimiento con México, aunque éste le muestre a diario que también tiene sus lados oscuros:  el de la discriminación (muchas veces en discusiones le han dicho “vete para tu país”), los bajos salrios y la inseguridad: hace unos días lo asaltaron.

“Me quitaron al rededor de 7,000 pesos (unos 400 dólares), un teléfono celular donde tenía los contactos con mi familia en Nicaragua y mis papeles de residencia legal en México. Me golpearon. Esta es la tercera vez que soy victima de la delincuencia”.

Pero Miguel aguanta y “echa pa’ lante”. Es árbitro de beisbol y quiere abrir una academia de arbitraje porque en solitario gana poco (razón por la que todavía vive en albergues), se cansa y tiene dolores permanentes “nivel 10” en el cuello y la cabeza desde que le dieron dos balazos en sus tiempos de guerrillero.

“Aquí los tengo”, muestra con un rictus de angustia aunque se recupera pronto, su rostro se ilumina. “Ya quiero establecerme, traer a mis hijos, a uno de mis hermanos, y dejar de andar como perros sin dueño”.

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