Perú: La técnica ancestral que mantiene vivo el último puente inca en uso
El Q'eswachaka está completamente tejido a mano. Hablamos con una ingeniera que lo estudia
“Cruzar el Q’eswachaka es como colgarse de una soga. Es como estar suspendido en el aire contigo mismo. Eres tú, nada más que tú, al aire. La sensación es única. Uno se bambolea sobre el río”.
Así describe la ingeniera civil y gestora de patrimonio cultural Carmen Arróspide qué se siente al atravesar esta maravilla arquitectónica de cerca de 30 metros de largo y más de 5 siglos de antigüedad.
La cusqueña lleva 12 años estudiando el puente colgante milenario, situado en los Andes meridionales de Perú que según la Unesco “es un ejemplo de la continuidad de una tradición cultural existente desde tiempos prehispánicos”.
A más de 3.700 metros de altitud, sobre un desfiladero del río Apurímac, en la región de Cusco, este puente de soga completamente tejido a mano se ha mantenido en pie durante al menos 600 años gracias a una tradición inca transmitida de generación en generación.
A través de un ritual que tiene lugar cada mes de junio, el Q’eswachaka ha logrado convertirse en el único puente inca en uso que ha sobrevivido a la modernidad.
“Cada año lo cambian por tradición”, le dice a BBC Mundo Felipe Cerdán, del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica de Perú (Concytec).
Se trata de un proceso que dura tres días y que concluye con un festival de danzas autóctonas por parte de los pobladores de cuatro comunidades: Huinchiri, Chaupibanda, Qollana Quehue y Chocayhua.
“Sorprendentemente, se sigue llegando a cabo”, le cuenta Arróspide a BBC Mundo.
Arróspide es la presidenta del Patronato de Cultura Machupicchu, una institución que promueve la difusión del patrimonio cultural de Perú y que gestiona varios proyectos sostenibles. Uno de ellos es el de la renovación anual del Q’eswachaka.
“Un pedazo del pasado”
La historia del puente llamó su atención cuando leyó las crónicas del naturalista y sacerdote jesuita español Bernabé Cobo (Lopera, Jaén, 1580 – Lima, 1657), quien describió con gran detalle cómo los habitantes del Imperio inca reparaban las carreteras y puentes que les permitían atravesar ríos y cañones.
“El recuento que hace Cobo puede ser visto y apreciado hoy en día”, dice Arróspide. “Es como encontrarse con un pedazo del pasado que se resiste y que sobrevive en el corazón de los Andes“.
El Q’eswachaka fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en diciembre de 2013. Forma parte de la antigua red de caminos, el enorme sistema (Qhapaq Ñan, en quechua) que unía las ciudades y pueblos más importantes del Imperio inca, un vasto territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados.
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“Es un reinvento de la tradición. Y yo también reinvento el puente como una obra de ingeniería”, explica Arróspide.
“Me surgió una pregunta: ‘¿Cómo hicieron un puente con las mismas características que ahora conocemos si ellos no utilizaban, aparentemente, el diseño y la ingeniería?” Y esa pregunta le llevó a investigar más sobre el tema.
“La construcción del Q’eswachaka se atribuye al inca Pachacuti. Tiene 600 años de vigencia cultural“.
“Durante todo ese tiempo, ininterrumpidamente, los lugareños han recreado las técnicas, las prácticas y los rituales de los incas, y han renovado voluntariamente el puente”, dice la ingeniera.
La fuerza de la transmisión oral
El proceso de reconstrucción es laborioso.
“Durante todo, el año las familias de Quehue se preparan para el evento, que concluye el segundo domingo de junio. En los próximos meses de noviembre y diciembre han de identificar el material del que está hecho el puente, que se llama qoya ichu” (un tipo de paja del Altiplano andino).
La ingeniera dice que las comunidades recolectan este pasto a más de 4.000 metros de altitud.
“Es una fibra vegetal que tiene una resistencia bastante considerable. Tiene que ser ablandado para poder trabajarlo y trenzarlo porque tiene espinos”, señala.
A finales del mes de mayo, las familias “se reúnen, como hace 600 años, para empezar a trabajar y a atorsalar (estirar) las soguillas o q’eswas, que tienen unos 2 centímetros de diámetro”.
“Cada familia ha de entregar unas 50 brazadas para la construcción del puente”, explica Arróspide.
“Es un proceso que ellos conocieron de sus padres, abuelos y ancestros. Es continuidad cultural a través de transmisión oral”.
Luego se reunirán en el puente “y cada familia entregará su aporte al constructor -el maestro quechua Victoriano Arizapana– y a su equipo”.
Arizapana lleva 40 años a cargo de la construcción del puente. En alguna ocasión ha declarado a medios locales que quiere pasar el legado a su hijo Vidal. “Es el trabajo que me transmitió mi padre y que comencé a hacer cuando tenía 12 años. Me encanta el Q’eswachaka. Lo amo como si fuera un hijo”, dijo en el documental “The Bridge at Q’eshwachaka”, elaborado por el Museo Nacional de los Indios Americanos.
“Las soguillas se extenderán después a lo largo de la vía para crear una especie de cable”, continúa la ingeniera. Esas soguillas, explica, que están hechas por mujeres y niños, “son la base fundamental del trabajo”.
“Pero durante la construcción del puente a las mujeres se nos prohíbe bajar porque dicen que damos mala suerte”.
“Ahí nos quedamos, en el borde del río”, cuenta la científica. “Y debemos respetar esa tradición milenaria”.
“Hay que dejar claro que si las mujeres no prepararan esas soguillas no habría puente. Sin embargo, el valor de la mujer en los Andes no se mide por el nivel de participación, sino por la labor que desempeña”.
Ramas, hojas y cuero de res
Tres grupos fabrican el cable principal durante el trenzado de la soga.
“Adicionalmente, necesitarán los pasamanos para evitar la caída de las personas.”, dice la peruana. Es la última parte antes de construir el tejido del puente.
“Lo tejerán de afuera hacia adentro, y unirán los cables principales con soguillas y ramas, y también con cuero de res”.
Después, se entrega la alfombra, hecha de ramas y hojas, que colocarán sobre los cuatro cables principales. “Y, entonces, el puente estará listo para su inauguración”.
“En tres días, estas comunidades habrán recreado exactamente lo que sus maestros les enseñaron. Habrán entregado al mundo un puente de paja sin una sola pieza de metal“.
Ya solo faltará la inauguración, las danzas, la celebración: “Bailarán todo el día para celebrar haber recreado elementos de su cultura guardados en sus memorias”.
¿Qué ocurriría si no hicieran este evento cada año?
“Este puente significa para ellos la identificación plena de su vida con su cultura”, responde Arróspide. “Le tienen mucho afecto”.
“Me han contado que las veces que no lo renovaron -porque se rebelaron o por algún acto de descontento general- tuvieron problemas con el clima: venían granizadas, sequía… Ellos creen que si no se renueva, el clima les será adverso en sus cosechas”.
“La renovación del puente significa también para ellos el reconocimiento del mundo hacia algo que ellos hacen“, añade la cusqueña.
“Es un anhelo de no ser ignorados, de ser reconocidos, de ser valorados”.
El Patronato de Cultura Machupicchu ofrece desde 2015 servicios de hospedaje en casas de habitantes del lugar “para fomentar el turismo nacional”, explica Arróspide.
También son varias las agencias de turismo que ofrecen tours en los que incluyen visitas al puente. “Las personas que aman la aventura y la cultura deberían visitar este lugar”, se lee en el sitio web de una de ellas. “Y, si tienes coraje, puedes cruzar el puente”.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa 2018, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y el 11 de noviembre.
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