Los sueños de restricción migratoria de Trump son pesadillas para los migrantes

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America's Voice

El mal llamado plan migratorio de Trump es inadecuado.

El mal llamado plan migratorio de Trump es inadecuado. Crédito: Chip Somodevilla | Getty Images

Aunque el gobierno de Donald J. Trump asegura que sus políticas migratorias simplemente buscan frenar la inmigración indocumentada y proteger nuestras fronteras, la realidad es que esta administración, desde sus inicios, ha sostenido un ataque incesante contra minorías y migrantes motivado más bien por el deseo de “blanquear” nuestra sociedad.

Solo basta recordar que una de las primeras acciones de Trump fue impulsar el llamado veto musulmán para frenar el ingreso de personas de países musulmanes a Estados Unidos. Canceló DACA para los Dreamers; eliminó el TPS para centroamericanos, haitianos e individuos de otros países. Tampoco hay que olvidar que se refirió a estas naciones como países “mierderos” cuando lamentó que Estados Unidos no recibiera migrantes de otras naciones como Noruega, por ejemplo.

Y aunque al principio de su administración la cifra de detenciones en la frontera alcanzó su nivel más bajo, fueron las propias políticas de Trump las que han generado el caos humanitario en la franja. Por ejemplo, una de sus primeras acciones fue eliminar el Programa de Procesamiento de Refugiados/Permisos Humanitarios para Menores en Honduras, El Salvador y Guatemala (CAM) que permitía a estos menores solicitar refugio en Estados Unidos desde sus países natales. Eso, claro está, impulsó el arribo de más menores no acompañados a la frontera huyendo de la violencia. De igual modo, comenzaron a arribar familias enteras y el gobierno de Trump empleó la separación familiar como mecanismo de disuasión. Me pregunto si habrían hecho lo mismo si se tratara de familias con rasgos sajones.

Con el arribo de las caravanas de migrantes que Trump explotó con fines partidistas en las elecciones intermedias de 2018, este redobló los esfuerzos para minar las leyes de asilo precisamente por tratarse de migrantes centroamericanos. Ha impuesto más y más trabas con el fin de disuadirlos para que se queden en México o retornen a los países de los cuales huyeron temiendo por sus vidas. Su encono fue tal que propuso eliminar la ayuda exterior que reciben organizaciones no gubernamentales de estos países, precisamente para crear condiciones que impidan abandonen sus naciones rumbo a Estados Unidos.

Tampoco se puede pasar por alto que Trump provocó el cierre del gobierno federal por 35 días para presionar por los fondos para su muro en la frontera con México argumentando que en las caravanas venían terroristas infiltrados. Pero la realidad es que Canadá es más vulnerable para Estados Unidos, pues según el propio Departamento de Estado, el vecino del norte ha sido hogar de extremistas violentos con lazos con ISIS y Al Qaeda.

Con este historial como trasfondo, la semana pasada Trump anunció como bombos y platillos un “plan” de reforma migratoria cuyo componente central es que la inmigración legal a Estados Unidos se base en un sistema de “méritos” y no en lazos familiares. Busca así eliminar lo que llama la“inmigración en cadena”, que no es otra cosa que la capacidad de ciudadanos y residentes permanentes de solicitar a sus familiares, tal y como hizo su esposa Melania Trump con sus padres.

La excusa de que buscan una inmigración documentada de personas con destrezas especiales disfraza una propuesta discriminatoria y excluyente que desecha la realidad de que los trabajos que desempeñan los migrantes requieren destrezas que no todos tienen. Si no, váyase a un campo agrícola a pizcar a ver cuánto tiempo dura. Y la labor de este migrante es tan importante como la de cualquier profesional. O que lo diga el propio Trump cuyas empresas, según reportes de prensa, han contratado mano de obra indocumentada.

Pero ya este país ha estado en el rumbo al que quiere retornar Trump. Ya leyes migratorias previas, como la de 1924, fijaron cuotas por origen nacional para reducir la entrada a Estados Unidos de migrantes de Europa del Sur, del Este y Asia, por ejemplo. Esto se revirtió con la ley de inmigración de 1965 que dio preferencia a la inmigración por lazos familiares, aunque fijó un tope a la inmigración procedente del Hemisferio Occidental.

El mal llamado plan migratorio de Trump es tan inadecuado que ni siquiera incluye un alivio para los Dreamers o los beneficiarios del TPS e ignora totalmente a los 11 millones de indocumentados que viven aquí y contribuyen de diversas formas a la economía de este país.

En fin, que las propuestas de restricción migratoria son cíclicas y ahora nos toca con Trump. En su alocución de la semana pasada para dar a conocer la propuesta que ni siquiera es un lenguaje legislativo oficial, que tiene opositores tanto demócratas como republicanos aunque por diferentes razones, y que carece de posibilidades de avance, Trump afirmó que de no ser ahora se aprobará después de la elección de 2020, “cuando recuperemos la Cámara Baja, mantengamos el Senado y, por supuesto, la Casa Blanca”.

Una motivación más para impedir que en 2020 los sueños de restricción migratoria de Trump, que son pesadillas para inmigrantes y minorías, se hagan realidad.

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