“Red Sea Diving Resort”: la extraordinaria historia del resort turístico manejado por espías de Israel
Un paradisíaco complejo veraniego en las orillas del Mar Rojo en Sudán fue la insólita base desde donde espías israelíes realizaron una misión secreta extraordinaria para rescatar a miles de refugiados etíopes judíos
Arous era, en apariencia, un complejo turístico idílico en el desierto de Sudán, a orillas del Mar Rojo. Pero, en realidad, este sofisticado destino vacacional era la base de un grupo de espías israelíes con una misión secreta. El lugar inspiró una nueva película de Netflix, Red Sea Diving Resort, y la historia real es en muchos aspectos aún más sorprendente.
“Arous en el Mar Rojo, un maravilloso mundo aparte”, decía el folleto, que describía el lugar como “el centro de buceo y recreación de Sudán”.
Con fotos de coloridos chalets sobre una playa soleada, una pareja sonriente con equipos de buceo y una variedad de peces exóticos, el anuncio ofrecía playas con “unas de las aguas más cristalinas del mundo”, y vistas espectaculares.
El pueblo de Arous, cerca de un maravilloso arrecife de coral y uno que otro barco hundido, parecía ser el sueño de todo entusiasta del buceo.
Miles de folletos fueron distribuidos por agencias especializadas en toda Europa. Una oficina en Ginebra, Suiza, se encargaba de las reservas. Y, con el tiempo, cientos de visitantes eligieron este sitio como lugar de vacaciones.
Llegar requería una larga caminata. Pero una vez allí, podían disfrutar de las instalaciones de lujo, deportes acuáticos, buceo y una gran abundancia de comida fresca y vino.
Los comentarios en el libro de visitas eran muy positivos.
Farsa
La Corporación de Turismo Internacional sudanesa también estaba contenta. Le había alquilado el lugar a un grupo de personas que se presentaron como emprendedores europeos, cuyo proyecto trajo algunos de los primeros turistas extranjeros al país.
La realidad era que, sin que lo supieran ni los turistas ni las autoridades, el resort del Mar Rojo era una farsa.
Era una fachada, establecida y controlada durante más de cuatro años a comienzo de la década de 1980 por agentes del Mossad, el servicio de inteligencia israelí.
La usaban para esconder una misión humanitaria extraordinaria: rescatar a miles de judíos etíopes atrapados en campos de refugiados en Sudán y evacuarlos a Israel.
Sudán era un país árabe enemigo y, por ello, esta misión tenía que llevarse a cabo sin que nadie se diese cuenta ni allí ni en ninguna otra parte.
Situación difícil
Los judíos etíopes pertenecían a una comunidad llamada Beta Israel (Casa de Israel), cuyo origen está rodeado de misterio.
Algunos creen que descienden de una de las llamadas 10 tribus perdidas del antiguo reino de Israel o de los israelitas que acompañaron a un hijo de la reina de Saba y el rey Salomón de regreso a Etiopía en el año 950 a.C. Otros dicen que huyeron después de la destrucción del primer Templo Judío en 586 a.C.
Estos seguidores de la Torá, practicaban una versión bíblica del judaísmo y rezaban en sinagogas. Pero, aislados del resto de los judíos por milenios, pensaron que eran los únicos judíos que quedaban en el mundo.
En 1977, uno de los miembros de esta comunidad, Ferede Aklum, se unió a una oleada de refugiados etíopes no judíos que cruzaron la frontera hacia Sudán para escapar de la guerra civil y la crisis de hambre que sufría el país.
Aklum envió cartas a distintas agencias pidiendo ayuda y una de las misivas fue a parar al Mossad.
Para el entonces primer ministro israelí, Menachem Begin —quien fue él mismo un refugiado de la Europa ocupada por los nazis— Israel era un refugio para los judíos en peligro. Los judíos etíopes no eran una excepción y Begin le dio instrucciones a la agencia de inteligencia para que se hiciera cargo del asunto.
Después de entrar en contacto con un agente del Mossad, Aklum pasó el mensaje a su comunidad, explicándoles que tenían más posibilidades de llegar a Jerusalén a través de Sudán que desde Etiopía, que había impuesto severas restricciones a la emigración.
Esto les daba la tentadora oportunidad de cumplir con un sueño de hace 2.700 años. Hasta finales de 1985, unos 14.000 miembros de Beta Israel hicieron el peligroso viaje de 800 kilómetros a pie.
A cerca de 1.500 refugiados judíos los mataron en el camino, otros perecieron en los precarios campamentos cerca de Gedaref y Kassala y otros fueron secuestrados.
Como no había judíos en Sudán, un país de mayoría musulmana, les dijeron que no revelasen su religión para no destacarse entre la multitud y para que no los atrapase la policía secreta de Sudán.
Misión de rescate
Casi inmediatamente, comenzaron las actividades a pequeña escala para sacar a los judíos etíopes de Sudán rumbo a Europa (con papeles falsos) y de allí a Israel.
Pero la costa sudanesa ofrecía la posibilidad de realizar operativos a mayor escala.
“Le pedimos ayuda a la marina israelí”, le dice a la BBC un agente de alto nivel que estuvo involucrado en la misión, pero que prefirió mantener su nombre en el anonimato.
“Nos dijeron: ‘Está bien’, así que un par de agentes del Mossad fueron a Sudán para buscar playas donde fuera posible un desembarco. Y así encontraron este pueblo en la costa, en el medio de la nada”.
Ahí se hallaba un centro vacacional abandonado.
“Para nosotros fue un regalo del cielo. Si podíamos quedarnos con este lugar y arreglarlo, podríamos decir que era un pueblo para hacer buceo y eso nos daría una buena razón para estar en Sudán y, además, para merodear por la playa”.
Lo que pasó a continuación es el tema de una película de Hollywood que se estrenará pronto llamada “Red Sea Diving Resort”, que cuenta la historia del operativo.
Lugar perfecto
Finalizado en 1974 por empresarios italianos, el complejo turístico consistía en 15 bungalós, una cocina, un gran comedor que daba a la playa, una laguna y el mar.
Funcionó con bastante éxito durante cinco años, pero después de disputas con funcionarios sudaneses se retiraron y el complejo cerró un año después.
Con pasaportes falsos, un grupo de espías que se hicieron pasar como empleados de una empresa suiza fueron a Sudán y convencieron a las autoridades de alquilarles el resort durante 3 años por un valor de US$225.000.
Complejo falso
Pasaron el primer año renovando el sitio y consiguieron agua y combustible.
El complejo fue equipado con elementos y dispositivos hechos en Israel, incluyendo aires acondicionados, motores para lanchas y equipos para hacer deporte de primera calidad. Todos estos aparatos fueron ingresados al país de contrabando.
También reclutaron a 15 empleados locales, contando camareras, choferes y hasta se “robaron” a un chef de un hotel.
“Le pagamos el doble”, le dice a la BBC un espía.
Ningún empleado sabía el verdadero propósito del resort o que sus jefes eran espías del servicio de inteligencia israelí.
Las espías mujeres estaban a cargo de las actividades diarias, para no despertar sospechas.
El depósito de los equipos de buceo estaba bajo llave, fuera del alcance de los demás. Allí estaban escondidas las radios que los espías usaban para contactarse regularmente con el cuartel central en Tel Aviv.
Tras atender a los turistas durante el día, cada tanto los agentes se escapaban por la noche a un punto de encuentro ubicado a 900 kilómetros.
Allí recogían a grupos de etíopes judíos traídos de contrabando desde los campos de refugiados por un grupo de la misma comunidad reclutado para ese trabajo.
Desde el punto de recogida, llevaban a los atónitos refugiados en un viaje de dos días, evitando puestos de control o pagando sobornos, rumbo a Israel.
Al llegar a la playa, al norte del complejo turístico, la marina y los equipos de aire y tierra israelíes llegaban en botes de goma y se los llevaban a una hora y media de allí, para esperar al barco que los llevara a Israel.
“Todo el tiempo había peligro”, recuerda un agente que prefiere mantenerse en el anonimato. “Todos sabíamos que si uno de nosotros quedaba expuesto, acabaríamos ahorcados en el centro de Jartum”.
Eso casi ocurrió en marzo de 1982, cuando uno de estos operativos fue visto en la playa por un grupo de soldados sudaneses.
Estos pensaron que eran contrabandistas e hicieron disparos, pero el bote de goma cargado de etíopes logró huir a tiempo.
Después de dicho incidente, se decidió que las evacuaciones los dejaban muy expuestos y se diseñó un nuevo plan.
Se les pidió a los espías que buscaran un sitio para aterrizar en el desierto aviones Hércules C130.
El plan consistía en sacar a los refugiados de forma secreta por aire.
Reputación de oro
Mientras tanto, los israelíes continuaban manejando el complejo turístico y recibiendo a los visitantes. Para entonces, el resort de Arous ya había ganado muy buena reputación.
Entre su variada clientela había unidades del ejército egipcio, soldados británicos, diplomáticos extranjeros de Jartum y funcionarios sudaneses. Todos ignoraban la verdadera identidad de sus anfitriones.
El complejo de Arous se volvió tan exitoso que se hizo económicamente autosuficiente, para alivio de los contadores del Mossad.
Parte de las ganancias se utilizaba para alquilar o comprar los camiones que se llevaban a los refugiados.
Rescates aéreos
Los israelíes se enteraron de que había una pista británica abandonada después de la II Guerra Mundial cerca de la costa y, una noche de mayo de 1982, aterrizó allí el primer Hércules con un pelotón israelí.
Después de dos vuelos, el Mossad descubrió que las autoridades de Sudán sospechaban algo y el equipo recibió órdenes de buscar otro sitio de aterrizaje.
Encontraron un lugar adecuado mucho más cerca de Gedaref, que resultaba más ventajoso porque reducía el viaje con los refugiados a un par de horas.
El problema era que no era una pista, sino “solo un pedazo de desierto”, explica uno de los espías.
Tenían muy poca luz y los aviones tenían que recurrir a muchos dispositivos de ayuda para encontrar las “pistas”, después de un largo y tedioso vuelo en la oscuridad.
A pesar de las complejidades y las potenciales consecuencias catastróficas, se hicieron 17 vuelos clandestinos con ayuda y coordinación del resort del Mar Rojo.
Hacia finales de 1984, se declaró hambruna en Sudán y se decidió aumentar las evacuaciones.
Con intervención de Estados Unidos y el pago de una gran suma de dinero, el general Jaafar Nimeiri acordó dejar que los refugiados judíos volaran directamente de Jartum, capital de Sudán, a Europa.
Lo hizo con la condición de que todo se mantuviera en secreto, para evitar repercusiones en el resto del mundo árabe.
Mediante 28 vuelos encubiertos en un Boeing 707 prestado por el dueño judío de una aerolínea belga, 6.380 etíopes judíos fueron trasladados a Bruselas y de allí, a Israel.
Este rescate llevó el nombre de Operación Moisés.
La información estuvo censurada pero, al final se filtró a los medios.
La historia se escapa de las manos
Periódicos alrededor del mundo publicaron la historia el 5 de enero de 1985 y Sudán terminó inmediatamente los vuelos.
Públicamente negó haber participado en los operativos y desestimó las acusaciones de que había gestado con Israel un “plan etíope-sionista”.
El Mossad continuó manejando el complejo de veraneo para mantenerlo disponible como una opción para operaciones encubiertas.
A pesar de la pausa en los operativos de rescate, los espías tenían que seguir atendiendo a los visitantes.
Afuera, el ambiente había empezado a cambiar.
El 6 de abril de 1985, el general Nimeiri fue derrocado por oficiales del ejército. Fue un cambio que puso en peligro los operativos en Arous.
La nueva junta militar quiso deshacerse de los espías de la agencia israelí, reales o imaginarios, para reivindicar sus credenciales en el mundo árabe.
El jefe del servicio de inteligencia israelí dio la orden de evacuar el complejo turístico.
“Seis de nosotros dejamos el sitio al amanecer en dos vehículos”, dice uno de los espías que no quiso ser identificado.
“Un C130 aterrizó por el norte, en una pista que no habíamos usado nunca. Nos subimos al avión y nos fuimos a casa”.
“En el complejo solo quedaron turistas”, dice. “Se habrán despertado por la mañana y se habrán encontrado solos en el desierto. Los empleados seguían allí, pero nadie más. El instructor de buceo, la manager y todos los demás habían desaparecido“.
Tras la partida de los espías, el complejo se cerró.
En los 6 años siguientes, se hicieron más operativos que se llevaron a casi 18.000 etíopes al estado de Israel para que pudieran comenzar una nueva vida.
Ferede Aklum era uno de ellos y tras su muerte en 2009 es recordado como un héroe nacional.
Todas las fotos tienen derecho de autor.
Esta historia fue publicada originalmente en abril de 2018. Fue actualizada para incluir el lanzamiento de la película de Netflix y nuevos detalles sobre la operación del Mossad.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.