Coronavirus: ¿sirve de algo restringir los viajes en avión para evitar la propagación de la neumonía de Wuhan?
El surgimiento del nuevo virus en China vuelve a poner en el foco el papel que el transporte aéreo juega en la propagación de enfermedades infecciosas entre humanos. Pero ¿funcionan las restricciones?
Ciudades aisladas, vuelos y transporte público suspendido, viajeros en cuarentena y mascarillas quirúrgicas que se venden a un ritmo sin precedentes.
El surgimiento del nuevo coronavirus en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, en China, su rápida propagación a otros 25 países y la declaración de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de una emergencia de salud pública internacional han puesto una vez más el foco en el papel de la aviación en la propagación de enfermedades infecciosas entre humanos.
Hasta ahora más de 40,000 personas se han contagiado en China, han muerto más de 900, y ha habido casos confirmados en otros países, incluidos Tailandia, Japón, Australia, Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos, Alemania y Reino Unido.
A pesar de la creciente concientización de los daños que la aviación causa al medioambiente y en el aumento de la “vergüenza de volar”, los viajes aéreos nunca han sido tan populares como ahora.
El año pasado más de 4,500 millones de pasajeros abordaron vuelos comerciales en el mundo y la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) predice que el número aumentará a 8,200 millones para 2037.
La llegada de los aviones para trayectos de larga distancia, incluidos el A350 y el B787-9, combinado con la conectividad global de las actuales redes de aviación, significa que la mayoría de los aeropuertos en el mundo pueden conectarse en un período de 24 horas.
Eso nos ha acercado a culturas y los climas que alguna vez parecían muy lejanos.
Se calcula que en 1978 cada uno de nosotros volábamos de media una vez cada siete años. Para 2017 la frecuencia aumentó a una vez cada dos.
Dado que la población mundial se incrementó de 4,300 a 7,500 millones durante ese período, la intensificación de los viajes aéreos ha sido considerable.
Eso no solo ha aumentado las oportunidades para trayectos y comercio internacionales, también presenta oportunidades sin precedentes para que las enfermedades infecciosas se propaguen alrededor del mundo.
El principal desafío es que los aviones trasladan a más gente, más más rápido y a más lugares que nunca antes.
Los tiempos de vuelo a menudo son más cortos que el período de incubación de un virus, que en el caso del coronavirus es de hasta 14 días.
Esto significa que un viajero infectado pero asintomático puede volar por medio mundo antes de que se manifiesten sus primeros síntomas.
Lecciones de la historia
La preocupación sobre el papel de la aviación en la transmisión de enfermedades humanas no es nueva.
Hace más de un siglo, a la gente le preocupaba que la velocidad de los aviones modernos permitiera a los patógenos y plagas volar alrededor del mundo e infectar nuevas regiones.
En respuesta al primer vuelo entre Inglaterra y Australia en 1919, Australia estableció el primer código de cuarentena del mundo en un avión.
Estados Unidos adoptó un enfoque similar casi al mismo tiempo, decretando que todos los aviones que entraran al país debían ser sometidos a las mismas restricciones de cuarentena que los barcos transatlánticos.
Como escribió el médico y comodoro del aire, HE Whittingham, en 1938:
Hoy en día, los viajes aéreos son tan rápidos que un aeroplano que despega de las zonas de fiebre amarilla de África occidental llega a Sudán en dos días, a Mozambique en cuatro días, Durban en cinco días y, por otra ruta, a Karachi en cinco, Calcuta en seis…
Existe, por lo tanto, un gran peligro de que la fiebre amarilla sea propagada en el avión por los pasajeros aéreos que incuban la enfermedad o por mosquitos infectados, a menos que se tomen precauciones especiales.
Sin embargo, debe haber un equilibrio entre proteger a un país y no obstaculizar excesivamente los viajes y el comercio internacionales, y no hemos encontrado ninguna evidencia de que las regulaciones de cuarentena hayan sido alguna vez utilizadas extensamente.
Los avances médicos como las inoculaciones significan que los países pueden establecer prioridades y asegurarse de que los viajeros están vacunados contra ciertas enfermedades infecciosas.
Haciendo eco de este enfoque más pragmático, la OMS actualmente no está recomendando restringir viajes debido al nuevo coronavirus, argumentando que éstas son contraproducentes.
Según un portavoz de la OMS: “Esto se debe a las alteraciones sociales que causan y al uso intensivo de recursos que se requiere”.
Pero los países han respondido de diferentes formas.
Muchos han suspendido temporalmente todos los vuelos directos hacia y desde China y otros están repatriando a sus ciudadanos y colocándolos en cuarentena temporal.
Las restricciones de viaje también se extienden a las revisiones sanitarias en aeropuertos, negar la entrada a visitantes extranjeros que hayan estado recientemente en China o la provincia de Hubei y restricciones en los cruces fronterizos.
¿Política de placebo?
Hemos visto en el pasado aeropuertos que llevaron a cabo intervenciones sanitarias en respuesta a brotes de enfermedades infecciosas, incluido el estallido de SARS de 2002-03, el H1N1 en 2009 y el ébola en 2013-16.
Entonces, como ahora, los países, incluido Reino Unido, usaron escáneres de temperatura en los pasajeros para identificar a quienes tienen fiebre y también llevaron a cabo cuestionarios de salud.
En algunos casos, hemos visto que se realizan contactos después del vuelo para tratar de identificar a las personas que estaban sentadas cerca de un pasajero infectado.
Pero hagan lo que hagan las aerolíneas, los virus y los patógenos siempre podrán subirse a un avión.
Por ejemplo, aunque es relativamente fácil suspender los vuelos directos a regiones con casos de contagio, es mucho más difícil rastrear a pasajeros que llegan de un área infecciosa pero que han viajado en varios vuelos y han cambiado de avión (y a veces de aerolínea) en su trayecto hacia un aeropuerto intermedio.
Esto no significa que estas intervenciones no tengan beneficios, pero es probable que sean modestos.
La rápida propagación de los recientes brotes ha demostrado que a menudo las intervenciones son introducidas después del evento y que su eficacia ha sido limitada.
Se puede decir que su valor radica en que es necesario que se vea que los gobiernos están haciendo algo para tranquilizar a sus poblaciones.
Eventualmente, la transmisión de enfermedades infecciones es un riesgo que aceptamos a cambio de los beneficios de los viajes aéreos masivos.
Sólo resta confiar en que seremos suficientemente capaces de controlar las enfermedades para que no terminemos pagando un precio muy alto.
*Lucy Budd es profesora de administración de transporte aéreo y Stephen Ison en profesor de política de transporte aéreo de la Universidad De Montfort, Inglaterra.
Puedes leer el artículo original en The Conversation aquí.
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