Trabajadoras sexuales enfrentan extrañas maneras de hacer su trabajo en tiempos de coronavirus
Cuando se trata de enfermedades contagiosas, el compartir fluidos entre personas es, básicamente, la pesadilla de un epidemiólogo
Si hay un trabajo difícil de realizar hoy en día es aquel en el que el contacto físico es necesario. Con todas las normas sobre la distancia de seguridad, llevar mascarilla y limitar los besos y abrazos, las trabajadoras sexuales están teniendo serios problemas para seguir con sus empleos.
La imaginación se ha disparado, algunas piensan vestir un disfraz de enfermera y sacar un termómetro; si la temperatura del cliente es normal, seguirán como si fuera parte del juego. Si tiene fiebre, se terminará la sesión.
Por supuesto, están las recomendaciones de que los clientes se laven las manos antes de que toquen a las trabajadoras sexuales. También deben usar mascarilla y evitar posturas cara a cara.
Estos son consejos reales que los grupos de defensa y las autoridades de salud de todo el mundo están compartiendo en la era del coronavirus, con la esperanza de proteger a todas las trabajadoras sexuales.
Hay quien piensa que lo mejor es que se erradique por completo este servicio, pero como advirtió Onuaids en abril, muchas trabajadoras sexuales se ven obligadas a sopesar lo que es seguro contra lo que pondrá comida en la mesa.
Un lema de la economía afirma que las inversiones en “vicio” y “pecado”, como el juego, el alcohol, las drogas y el comercio sexual, sobreviven a las recesiones económicas porque las personas recurren a estos como vía de escape, a veces porque están están tristes y otras porque están felices. Incluso se piensa que algunos de estos vicios son contracíclicos: aumentan cuando la economía cae en picado.
Esto es algo difícil de determinar en Estados Unidos, donde se estima que hay millones de trabajadores sexuales, pero que no se puede concretar porque el sexo por pago es ilegal en la mayor parte del país. Aunque los datos de cómo el virus ha afectado a este sector son escasos, las organizaciones de ayuda y los abogados defensores de dichas trabajadoras aseguran que la pandemia está siendo devastadora.
Según contó a CNN Caty Simon, una “escolta barata”, escritora y activista en un pequeño pueblo del oeste de Massachusetts, “la prostitución es sólida y a prueba de recesión, se supone. El problema es que nunca ha habido una recesión en la que el contacto entre personas fuera así de peligroso”.
Las órdenes de cierre y cuarentena pueden parecer redundantes para un negocio ya prohibido, pero varias trabajadoras sexuales le dijeron al medio mencionado que habían optado por dejar de trabajar por temor al coronavirus.
La demanda de los clientes también se ha enfriado, y a medida que el desempleo en los Estados Unidos alcanza los niveles de la Gran Depresión, muchos estadounidenses tienen menos dinero para gastar en servicios de este tipo y de cualquier otro.
Una trabajadora sexual que continuó trabajando desde su casa en Arizona le dijo al canal de noticias que varios de sus clientes habituales dejaron de visitarla cuando perdieron sus empleos.
“Puedo decir qué día todos obtuvieron su cheque de estímulo económico, porque es cuando volvieron a llamarme”, contó.
Al comienzo de la propagación de la pandemia en el país, ella temía contagiarse y decidió tomar la temperatura a los clientes con los que se veía. Intentó hacerlo de forma sexy, jugando a ser “enfermera”. Si bien ya no lo hace constantemente, dice que todavía usa una máscara y guantes con nuevos clientes.
Ahora, tras meses de frustración, hay muchos clientes que recurren a los servicios sexuales a pesar de las dificultades económicas. Algunos intentan aprovechar la situación y piden una rebaja porque saben que los tiempos son difíciles.
Lo que más preocupa a los expertos es un aumento de violencia y abuso: con menos clientes y sin un horizonte claro en la recesión económica, las trabajadoras sexuales que todavía están activas ahora podrían ser menos selectivas sobre los clientes y menos firmes sobre sus propios límites.
Colectivos y asociaciones de ayuda recuerdan que, teóricamente, una trabajadora sexual individual podría recibir un cheque de estímulo o incluso cobrar un seguro de desempleo, pero muchas personas no tienen el historial de impuestos sobre la renta o una cuenta bancaria para reclamar esos beneficios.
Por no decir que muchas trabajadoras sexuales reflejan una abrumadora vergüenza y ansiedad en lo referente a la presentación de impuestos sobre sus ganancias, y les preocupaba que el gobierno utilice las solicitudes de desempleo para identificarlas y procesarlas como trabajadores sexuales.