En busca de 28 mexicanos deportados que fueron enterrados sin identificar en una fosa común en EEUU
En enero de 1948 se estrelló en California un avión y todos sus ocupantes murieron. Entre ellos, 28 mexicanos pasaron a la historia como "los desaparecidos"
Tim Hernandez es un hombre con una obsesión.
Este escritor y poeta de 44 años está decidido a encontrar a las 28 familias de los trabajadores mexicanos que hace 70 años murieron en un accidente de avión en California, Estados Unidos, y cuyo recuerdo fue reducido a un sobrenombre: “los deportados”.
Afortunadamente, la laboriosa investigación de Hernández, que comenzó en 2010, rinde ya sus primeros frutos.
Pero el profesor de escritura en la Universidad de Texas, El Paso, no descansará hasta que la complete.
Esta es la historia.
Incendio y posterior choque
El servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos transportaba a 28 mexicanos a El Centro, en la frontera de San Diego, para enviarlos de regreso a México.
Algunos estaban en el país como parte del programa Bracero, un acuerdo entre México y EE.UU. por el que unos 4,5 millones de mexicanos llegaron a trabajar en el norte entre 1942 y 1964.
Era el 28 de enero de 1948, hace ahora 70 años.
El avión despegó de Oakland, California, a las 9:30 de la mañana y, alrededor de las 10:30, el motor izquierdo se incendió, hizo saltar el ala y el avión se estrelló en el cañón Los Gatos, en el condado californiano de Fresno.
Algunos de los testigos del trágico suceso siguen vivos.
“Cuando el avión se estrelló, cayó sobre el rancho de una familia”, le dice a BBC Mundo Tim Hernandez.
“Su apellido era Jaston. Cuando cayó en su rancho, había niños, adultos, abuelos, era una gran familia.
“Cuando empecé la investigación, lo primero que hice fue ir allí, para encontrar testigos que todavía estuvieran vivos. Encontré a una mujer llamada June Jaston que tenía 10 años en el momento del accidente.
“Su padre y su abuelo fueron quienes ayudaron, intentando apagar el fuego”, añade Hernandez.
Accidente mortal
Sin embargo, pese a la ayuda de la familia Jaston, ninguno de los 32 pasajeros (cuatro estadounidenses y 28 mexicanos) sobrevivió.
“Los restos de los estadounidenses fueron enviados a sus casas, con sus respectivas familias, a Nueva York, Long Beach y Berkeley, pero los restos de los ciudadanos mexicanos fueron enterrados en una fosa común en California”, narra Hernandez.
“No los mandaron a casa y no pusieron su nombre en una lápida, así que nadie supo qué pasó con ellos”.
Los medios sólo mencionaron los nombres de los cuatro estadounidenses que formaban parte de la tripulación y no identificaron a ninguno de los pasajeros mexicanos, sólo los llamaron “deportados”.
Prensa selectiva
Hernandez habla del incidente con una mezcla de pasión y frustración. No acepta lo que le dicen algunos conocidos, “que no se lo tome tan en serio”, “que así funcionaban los medios entonces cuando había un gran accidente”.
“No me lo creo”, responde.
“Tres meses antes de ese accidente hubo uno muy similar, otro avión se estrelló en Utah y murieron 52 personas. En las noticias apareció cada pasajero con su nombre ¡e incluso mostraron sus fotografías en el diario Los Angeles Times!”, añade.
“Los reporteros elegían específicamente qué historia contar y cuál dejar fuera”, subraya.
Implicación personal
Hernandez lleva ocho años buscando las identidades de los familiares de los mexicanos fallecidos.
Producto de ese trabajo, hace un año publicó el libro All They Will Call You (“Todo lo que te llamarán”) que incluye algunos de sus primeros hallazgos.
Él mismo reconoce que está obsesionado.
“Mi implicación personal viene, para empezar, por mi origen. Soy de esa zona, el valle de San Joaquín, en el condado de Fresno, nací y me crie allí”, expone.
“En segundo lugar, mis familiares eran también campesinos, agricultores inmigrantes. Crecí escuchando historias y viendo lo duras que eran sus experiencias”.
Hace un silencio.
“Pero lo más importante: crecí viendo que mi familia no tenía voz. No tenían control sobre sus vidas en algunos aspectos.
“Cuando me convertí en un joven escritor pensé que quería darle voz a los que no tenían voz: a mi familia, a la gente de mi comunidad, especialmente a los campesinos, que venían de distintos países y eran tratados muy mal.
“Cuando oí sobre este accidente, supe de inmediato que tenía que averiguar quiénes eran esas personas, tenía que conocer sus historias y contarlas. Es una implicación personal por eso, por las experiencias de mi vida”.
Un largo proceso
La investigación fue y sigue siendo un gran desafío para Hernandez.
“Los primeros dos años no encontré ninguna familia. Ya habían pasado 65 años y no sabía ni dónde estaban, podían estar por todo México”, recuerda.
Hernandez decidió poner un anuncio en un periódico local bilingüe llamado Vida en el Valle: “Si alguien está relacionado, por favor, pónganse en contacto”.
La primera en aparecer fue la familia Ramírez.
Los Ramírez tenían guardado un trozo de un periódico viejo en español y se lo entregaron a Hernandez: tenía la lista de todos los pasajeros.
Hernandez pasó los siguientes seis años revisando la lista nombre por nombre para intentar encontrar a las familias.
Viajó por muchos lugares de México: Guadalajara, Jalisco, Zacatecas, Guanajuato, buscó también en Estados Unidos y por el momento ha localizado las familias de ocho pasajeros.
“Todavía sigo buscando”, sonríe.
Emoción de las familias
Es imposible que las familias de quienes fallecieron en el accidente recuperen alguna vez los restos de sus seres queridos.
“Las autoridades sólo enterraron trozos de sus cuerpos, ni siquiera sabían quién era quién. Los pusieron en distintos ataúdes y algunos dicen incluso que la mayoría de los féretros estaban vacíos.
“Fue más un entierro simbólico”.
Pese a eso, las familias están muy agradecidas con Hernandez.
“Todas estaban emocionadísimas cuando las conocí. Sienten que pueden cerrar ese duelo, llevan 70 años viviendo con este trauma en sus vidas”.
Una historia relevante
Hernandez sabe bien que todavía tiene que localizar a 20 familias, pero no desfallece, dice que no se trata sólo de revolver el pasado.
“Una historia como la de este accidente es siempre relevante, porque la inmigración es un continuo debate en este país”, señala.
“Para mí, ahora mismo, una de las cosas terribles que vemos en la retórica política en Estados Unidos es que perpetúa un estereotipo y una idea falsa sobre la inmigración”, sostiene.
“Se etiqueta a los inmigrantes como malas personas, como gente que no contribuye, violadores, ladrones, todas estas cosas. Eso una parte del problema.
“Lo peligroso es que perpetuamos esa retórica y no sólo lo hacen los políticos, incluso mis vecinos hablan así ahora”, indica.
“Ellos no sólo eran ‘deportados’, eran inmigrantes, sí, pero no sólo eso, eran padres, hijos, hermanos, los que sostenían a las familias, contribuyentes en la comunidad y esta historia, para mí, tiene el potencial de fomentar la compasión”.
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