La ciudad entrega las aceras a los cafés al aire libre

En el afán de convertir a Chicago en una ciudad global, la municipalidad le ha entregado las banquetas a los restaurantes y cafés. Hasta el 10 de agosto de este año el Departamento de Asuntos de Negocios y Protección al Consumidor ha otorgado 1,170 permisos a establecimientos en toda la ciudad. Por una tarifa de $600 al año los propietarios de estos cafés y restaurantes pueden cercar la banqueta frente a sus negocios, poner mesas, sillas y toldos para tapar el sol.

Esto, sin duda, ayuda a la ciudad, la cual saca casi $1 millón al año pero no ayuda a la gente común que quiere caminar por el centro y los barrios de la ciudad.

Aunque vistosos, estos lugares ocupan  las aceras del  centro de la ciudad, el sector River North y en barrios gentrificados como Wicker Park, Logan Square y hasta en Pilsen.

Entre los negocios Starbucks ocupa el primer lugar con 81 permisos, seguido por Potbelly Sandwich Works con 19 permisos y Corner Bakery Café con 8.

Uno de los sitios en donde estos cafés han proliferado más es en las banquetas de la Calle División en Wicker Park. Ahí hay cafés y restaurantes ocupando las aceras de ambos lados de la calle.

Los peatones en la ciudad que pasan por estos cafés ya no pueden caminar a gusto sin el temor de tropezar con los comensales que están ocupados comiendo su sushi y tomando sus bebidas. Peor para los choferes que tienen que hacer entregas a los comercios y oficinas pues estos lugares obstaculizan su paso por ahí.

No culpo a los que frecuentan estos lugares que han de ser  gente de dinero y turistas que quieren experimentar la vida en la Gran Ciudad ya que algunos  vienen de lugares chicos donde no hay mucho de qué hablar.

Quizás la ciudad debería limitar el uso extensivo de las aceras públicas ya que aunque proliferan como moscas, esto no convertirá a la ciudad en una urbe global. La ciudad tiene otros problemas que resolver como el crimen y el fiasco del presupuesto.

El alcalde Rahm Emanuel y los concejales deben de considerar que las calles son de la gente común y no de la que quiere sentarse a comer al fresco mientras los demás tropiezan unos con otros.

Le pregunte a mi amigo, a quien llamaré Juan Pancho para proteger su identidad, lo que él piensa de estos lugares. “Pues creo que están estorbando a la gente que transita por la calle, especialmente en el centro de la ciudad,” dijo mi amigo. “Veo que unas personas  no pueden pasar por ahí con sus bolsas de compras.”

¿Y tú comerías en uno de estos lugares a la vista de la gente que pasa por ahí? Le pregunté.

“Ni lo quiera Dios,” me contestó. “Cuando yo como me gusta hacerlo en mi casa y si acaso salgo afuera  yo prefiero comer adentro del restaurante y no afuera en la acera. No soy un exhibicionista. ¡Mi madre siempre me dijo no andes comiendo en la calle!”.

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