Video: Conmueve a Guatemala el entierro de dos niños que hallaron degollados

SAN JUAN SACATEPÉQUEZ, Guatemala.- En la cima de una colina y rodeados por un paraje seco y árido, Carlos Daniel Xiquín Top y Óscar Armando Top Cotzajay, los dos niños indígenas guatemaltecos degollados el fin de semana, recibieron sepultura hoy ante los ojos compungidos de miles de personas.

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En el cementerio comunitario del caserío Ajvix, un pequeño poblado del Cerro Alto, descansarán para siempre los cuerpos de dos “angelitos” a los que la violencia, una lacra que se cobra la vida de 16 personas al día en Guatemala, les robó sus sueños.

Un río de personas, llegadas desde aldeas aledañas, inundó el patio de una pequeña casa de color verde, en la que se velaron los cuerpos de los dos niños desde el lunes, un día después de que fueran localizados por unos vecinos dentro de unas bolsas blancas, atados de pies y manos y con signos de haber sido degollados.

“Una tristeza. Una tragedia. Pero estamos unidos”, dijo a Efe una mujer de mediana edad, que no deja de mirar a su hija.

En las orillas de un camino de tierra, en el que la lluvia no cae desde hace años, la gente intentaba resguardarse del sol con la mirada cabizbaja. Solo los llantos de los más pequeños rompían el silencio luctuoso.

“Le dijo Jesús, yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque esté muerto vivirá”, rezaba una pequeña placa colocada entre ambos féretros -uno blanco y otro de madera-, rodeados de flores.

La emoción, las lágrimas, los abrazos a los allegados y los testimonios sobrecogedores de lo que pudo o no pudo haber pasado sobrevolaban la mente de propios y extraños. Algunos se atrevían a comentarlo en alto, con una voz quebrada casi imposible de apreciar.

Los dos pequeños indígenas, Carlos Daniel, de 9 años, y Oscar Armando, de 10, fueron secuestrados el viernes cuando iban hacia la escuela, un espacio en el que hoy maestros y compañeros los recordaron.

“Es importante no estar triste. Su ausencia duele, pero su recuerdo siempre nos hará sonreír. Que descansen en paz los angelitos”, “Exigimos Justicia” o “La paz empieza con una sonrisa” eran algunos de los mensajes que cientos de pequeños colgaron del balcón de su colegio o que agitaban al viento.

Dos de las profesoras, armadas de valor, tomaron un micrófono para recordar a dos estudiantes “sonrientes” y “muy humildes”, que soñaban con “ser personas de bien”, con “metas y anhelos que fueron rotos”.

“No queremos que sean cifras, estadísticas”, sostuvo una de las maestras, mientras una pequeña mujer, con los ojos rojos y vidriosos de tanto llorar, sostenía su dolor en unos hierros oxidados de una canasta de baloncesto que estaba en medio del patio.

Epicentro de uno de los tantos episodios negros y sangrientos de la historia de este pequeño país centroamericano, Ajvix tardará en olvidar una estampa que ha quedado grabada a fuego en la retina: la de dos niños “que empezaban una vida” y “pam”, zanja una señora, vestida de un negro riguroso y que aún hoy sigue sin dar crédito.

“Un adiós y un hasta siempre” fueron las palabras que precedieron a un minuto de aplausos, en el que no se reprimieron los sollozos ni las lágrimas, pero que se convirtió en el último mensaje que sus familias y allegados dieron a los niños antes de ser sepultados.

Por Patricia Pernas