Deja que el tigre vuelva a su guarida

Tu marido y tú son dos niños quen en el fondo, no pueden dejar de mirarse a sí mismos

“Eres una niña ofendida y enojada”. Aquellas palabras del terapeuta calaron hondo. Evidentemente, alguna verdad habría porque Mariana sintió un dolor sordo y profundo.

Lo que vino inmediatamente a su cabeza tampoco fue casual. Recordó cuando a finales de la escuela primaria, su amiga del alma la había engañado. Sin bien con 30 años de perspectiva parecía un tema menor, en su momento lo había vivido con mucho dolor.

Su mejor amiga -que a los trece años era casi como un romance-, se había cambiado de colegio. Un hecho que de por sí era doloroso, se había incrementado en forma exponencial. Al dolor de la separación se le había sumado que su compañera había negado la situación todo el tiempo, excusándose en que eran sus padres quienes la obligaban a cambiarse de escuela, y que si bien ella los complacía haciendo los cursos de ingreso, finalmente no se iría.

Paralelamente, Mariana tenía otra fuente de información que era su propia madre. Ella hablaba con la mamá de su amiga con frecuencia, y sin registrar la situación, le iba contando a su hija que su compañera cambiaría de colegio.

Finalmente llegó el día de la verdad que era el inicio de clases. La amiga no apareció y el sentimiento de abandono y de engaño que sintió Mariana, la dejó emocionalmente anestesiada durante un año entero.

Aquellas emociones tan dolorosas en una edad donde por primera vez una persona se empezaba a alejar de sus padres para poder abrirse a uno otro, fue un golpe fuerte. Era una primera experiencia que resultaba mala. ¿Acaso abrirse sería muy riesgoso? ¿Sería mejor andar por la vida protegida de esas contingencias? Sin que Mariana pudiera poner en palabras estos sentimientos, todos habitaban su corazón.

Para peor, la situación se agravaba porque su madre, por sus propias limitaciones, había sido incapaz de mirarla y acompañarla durante toda su infancia. El hecho que siempre estuviera tomada por sus propias angustias había impedido poder hacerse cargo emocional de Mariana. Y justo que ella se abría y confiaba en otra persona, volvía a ser desairada y abandonada.

-Tu marido y tú son dos niños quen en el fondo, no pueden dejar de mirarse a sí mismos, -agregó el terapeuta.

Mariana estaba realmente enojada. ¿Cómo podían decirle algo así si ella vivía para su marido, tratando de acompañarlo en toda su vida? ¿Si siempre estaba lista para escuchar, contener, decir la palabra justa, ayudar?

El conflicto que Mariana conversaba con su terapeuta era el fuerte desencuentro que había tenido con su marido el día que ella cumplía años. Él había llegado a su casa un poco más temprano, aunque totalmente tomado por sus problemas de trabajo. Apenas después de darle un beso le empezó a vomitar todos los problemas que tenía, por lo cual ella lo contuvo mientras le preparaba un trago y algo para picar. A su vez, se angustiaba con él por toda la difícil situación que su marido vivía en la empresa.

Después de una hora larga de conversación, los ánimos se aquietaron un poco y él le propuso llamar a sus familiares para que vinieran a festejar el cumpleaños. Mariana, totalmente en otra al ser inundada por los problemas de su marido, y lejos de tener ganas de recibir a su familia para que luego del brindis todos se fueran y ella se quedara con todos los platos y vasos sucios, se enojó.

-Tenía la ilusión de al menos ir a cenar afuera tranquilos. Pero viene desbordado, me tira toda su mierda encima, y después de un rato largo la única idea que tiene es invitar a mi familia lo cual solo redobla mi trabajo en casa para tener que preparar todo y después limpiar y ordenar todo el caos que dejen. ¿Por qué no me mirará a mí? ¿Tan difícil es preguntarme qué quiero, que necesito? Aunque sea por una puta vez…

El terapeuta escuchaba silencioso. Comprendía perfectamente el dolor de Mariana. Era evidente que esta situación era solo una gota más que volvía a rebalsar el vaso. ¿Pero esa copa la había llenado su marido, o muchas otras personas? Si bien la actitud del esposo había estado lejos de lo ideal, parecía que ella estuviera pasando facturas preexistentes, muchas de las cuales ni siquiera eran de él.

-¿Tan difícil es que me vea a mí como persona, el día de mi cumpleaños?

-A él le cuesta mucho y en eso tienes razón. Pero acá no viene a trabajar sobre él. Tú eres la que tiene que crecer.

Mariana podía percibir su propia violencia interna. En el fondo de su corazón, quería que él cambiara. Que fuera más razonable. Sabía que tenía razón y que su reclamo era justo y mínimo.

Sin embargo, no le escapaba que eso difícilmente sucediera. Las personas no cambiaban y mucho menos por la fuerza. Su terapeuta intentó otro camino.

-Sé que querrías que él cambiara. Eso sería más fácil y cómodo. Pero te perderías la oportunidad de crecer. Impediría que te des cuenta que eres esa niña ofendida y enojada. Por más que cuando él llegue lo escuches con amor y lo contengas, en el fondo esperas que te miren, mimen y reconozcan. No es que seas amorosa con él para intercambiar favores, pero frecuentemente te quedas esperando cosas que no pasan, ni van a pasar.

El solo escuchar que lo que ella esperaba, ese mínimo tan razonable, no iría a pasar jamás, solo aumentaba el enojo de Mariana.

-Resulta que en el único momento que él pudo verte como persona y propuso festejar tu cumpleaños, te enojaste. Entonces tu marido, que ni siquiera tenía ganas de ver a tu familia y solo te lo había ofrecido con amor, vio la oportunidad perfecta para no hacer lo que de por sí no quería. Él también es otro niño ofendido. Pero volviendo a ti, ¿no hubiera sido mejor que le dijeras, “no, en casa no quiero porque tengo que trabajar el doble, mejor vayamos a comer afuera tú y yo?

Mariana seguía muy enojada. Con todo lo que había hecho y vivía haciendo, y lo único que parecía decirle la terapeuta era que todo había sido su culpa. ¿Acaso ella era la única que tenía que poner todo en la pareja? ¿Su marido no tenía nada que aportar? ¿Tan injusta era la división de esfuerzos?

-Tú piensas que debo ser la mujer maravilla, -dijo masticando bronca.

-No; pero sobre él no podemos trabajar. -Solo sobre ti, y si es que quieres.

Mariana podía percibir su violencia interior y negativa a ser ella una vez más la salvadora de la pareja.

-¿Todo me toca a mí?, -protestó. -¿Eso es lo que tienes para decirme?

La terapeuta la escuchaba compasiva.

-Las tareas las hacen aquellos que pueden hacerlas.

-¿Y él no puede? ¿Tan difícil es?, -insistió iracunda.

Creo que es evidente que no puede. Por más simple que parezca. Por ende, al final a ti te quedan tres alternativas: acordar, resignarte, o irte.

Aquellas palabras provocaron un terremoto en el interior de Mariana. Separarse era solo una fantasía que le permitía desahogar sus periódicos cansancios del matrimonio. Pero pensar esa alternativa seriamente, la asustaba. Acordar era la mejor opción, pero registró su intransigencia; en el fondo, pretendía que el acuerdo fuera que su marido actuara como ella quería. Dolorosamente intuyó que eso no iba a suceder nunca. Por último, resignarse era definitivamente la peor opción, por lo cual ella le escapaba como si fuera el diablo. Solo imaginar que viviría resignada le helaba la sangre.

Así planteadas, las tres alternativas le producían frustración. La única razonable parecía acordar y ese verbo llevaba implícito que ella también cediera. Sin embargo, su estado interno no pretendía ceder nada, ni un milímetro. Pudo percibir al dictador que llevaba adentro, y toda la violencia que tenía. Evidentemente, parecía ser cierto que era una niña ofendida y enojada. Muy enojada.

-¿Entonces?

-Mira, lo más importante es darse cuenta. No es que tu niño ofendido va a sanar rápido. Como nadie lo fue a consolar cuando se encerraba solo en su habitación rogando que le prestaran atención, ahora tenés un tigre agazapado que de vez en cuando sale se guarida y hace estragos. Entérate. Registra todas esas frustraciones y decepciones que tuviste y que son parte de tu pasado. Obsérvalas. Trátalas con ternura. Y cuando veas que estás por reaccionar en forma horrible, en los casos en que sea posible porque te das cuenta, detente. Toma conciencia de dónde vienen esos demonios. Y espera a que el tigre vuelva a su guarida. El ejercicio de ver nuestras reacciones y recordar sus causas, si lo mantenemos en el tiempo, nos cambia la vida.

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