BombaYo, repiques boricuas para la libertad desde Nueva York

Una música de resiliencia une a los puertorriqueños fuera y dentro de la Isla

El grupo lo componen estudiantes de todas las edades.

El grupo lo componen estudiantes de todas las edades. Crédito: Marielis Acevedo | El Diario NY

NUEVA YORK – Melinda González cierra los ojos y respira serena, mientras le pide a los presentes que hagan lo mismo.

Detrás de ella, una bandera puertorriqueña, pero de trazos negros y blancos, parece cubrirla. La monoestrellada reafirma la distancia, pero también el compromiso.

En su centro, la frase “Por nuestra gente”, anuncia el camino.

José  Ortiz organiza el espacio en UPROSE antes del inicio del taller. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
Junto a Melinda González Ortiz desarrolló BombaYo. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
La clase empieza con ejercicios de meditación. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
Ortiz (con la gorra) dirige a los otros dos músicos. Foto: Marielis Acevedo  / El Diario

González pide que piensen en algo significativo.

“Esto se trata de estar en el presente, de reconectarte con ese sentimiento que te ata”, expresa a los miembros del grupo acomodados en forma circular en la sede de la organización de defensa medioambiental UpRose, en Brooklyn.

De pronto, el repique del tambor entre las manos de José Ortiz hace eco en las voluntades y sacude el espíritu. El roce va aumentando la intensidad hasta volverse inaudible otra vez.

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Es el sonido liberador de la resiliencia, cuya gravedad sube y baja como la marea en la isla caribeña.

Podría ser un miércoles cualquiera, pero no lo es para los asistentes a estas clases de Bomba. El taller sobre ese género musical de origen africano, que tomarán cada miércoles por 12 semanas, no solo los hace conectarse o reconectarse con la Isla, sino establecer redes y mecanismos para entender la cultura y la realidad boricua.

Sophia Kammerman Báez, de 8 años, es la estudiante más joven del grupo. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
El taller de Bomba se extiende por 12 semanas. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
González empezó a tomar clases de Bomba en el 2000. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
En las clases, se toca, se canta y se baila. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
El taller dura, aproximadamente, una hora y media. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
El origen y las edades de los participantes es variado. Foto: Marielis Acevedo / El Diario

“No vas a aprender esto hasta que te metas en ello…No es fácil venir aquí; pero, ¿por qué venimos aquí? Porque algo acerca del colonialismo nos desconectó de esto. Pensamos que es un tambor, porque es un tambor. Pero esto es más que un tambor. Cada tambor tiene una historia”, reflexiona y comparte Ortiz, apodado el “Doctor Tambor” desde que en el 2006 empezó a dar clases de Bomba en una escuela intermedia en Manhattan.

Ortiz y González conforman el grupo BombaYo, que de pequeños eventos comunitarios ha llegado a presentarse en escenarios de Broadway y en el Madison Square Garden. Pero su compromiso con el género no se da en el cautiverio; se enfoca en la idea de que la esencia de la música debe ser experimentada desde la calle, en el exterior, en complicidad con la comunidad. No puede ser de otra manera, la Bomba es inclusiva y la propia historia de Ortiz y González lo ejemplifica: la música los ha mantenido unidos por más de 12 años.

Entre “paseos”, “piquetes” y “balance”, han pasado la herencia musical a distintas generaciones, muchos de los que como ellos no nacieron en la Isla, pero sienten que Puerto Rico los habita.

Con los talleres “Bomba: Enraizada en la Resiliencia”, ambos buscan no solo sanar, sino liberar desde el micro hasta llegar al macro.

“Es realmente sobre liberación, es un punto de acceso a la liberación. Yo siento que si le das a alguien un libro de historia de Puerto Rico, probablemente, lea las primeras páginas y lo guarde. Pero, si le das a la gente la Bomba, eso los une. Luego le das el libro. Es un poco de estrategia”, destaca González, quien también se desempeña como coordinadora de programas culturales en el Centro de Estudios Puertorriqueños, de Hunter College.

Ortiz argumenta, por su parte, que los vínculos entre la música y la Santería como religión han añadido un peso negativo al crecimiento de la Bomba. Sin embargo, destaca que lo anterior solo ha logrado un resurgir de la música en distintas partes del mundo, principalmente en Estados Unidos, con grupos como la familia Rojas en Philadelphia.

“Hay una campaña para deseducar a la gente, para que piensen que esto es malo. Cuando tú vuelves a alguien esclavo o colonizas a alguien, le quitas todo lo que es, ese sentido de ser, y luego le dices en qué es lo que debe creer. Y nosotros decimos, ‘no’, esto es real, y ha existido por muchos siglos, en distintas maneras”, argumenta Ortiz, cuyo primer contacto con la Bomba fue a los 40 años, cuando aún no había visitado la Isla que sus padres abandonaron antes de procrearlo.

Por eso, para el dúo, la Bomba es también una forma de conocerse, de mostrarse, de “revelarse” y “rebelarse”, tal y como lo hacían los africanos siglos atrás.

“Escuchando la Bomba, yo sentí la isla. Fue mirando como bailaban, los tonos del tambor, los barriles…me entró. Yo me quedé así, y lo sentí, y lo sentí que era parte de mí, pero no lo entendía. Ahí conocí a Juan Cartagena, también de (la organización) Latino Justice. Me invitó a su casa y estaban los Hermanos Cepeda”, describe Ortiz sobre su primer contacto con el género.

“Yo siento que encontré mi voz a través de la Bomba. Tú sientes que este baile es tuyo”, secunda González, quien inició sus clases en el 2000 en la Galería Mixta, de El Barrio, con Tania Torres y Alexandra Vasallo.

En el taller que administran desde marzo 14,  se ven desde afroamericanos, boricuas nacidos en la Isla que se mudaron a Nueva York recientemente, hasta alumnos con perfiles similares a los de estos maestros.

La vestimenta es parte esencial de la Bomba. Foto; Marielis Acevedo / El Diario
En ocasiones, Ortiz interrumpe para dar algunas indicaciones a las bailarinas. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
La clave en este baile es sentirlo. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
En la parte final del taller, cada participante baila por cuenta propia. Foto: Marielis Acevedo / El Diario
La interacción entre los músicos y los bailarines es muy importante. Foto: Marielis Acevedo / El Diario

Los estudiantes

La más joven es Sophia Kammerman Báez, quien tiene 8 años, nació en NY y vive en Staten Island.

Sophia nos cuenta que le habla a sus amigos en la escuela de las clases y de cómo la acercan más a Puerto Rico.

“Me gusta que puedo aprender de mi cultura, porque no sé mucho español y mi abuela era puertorriqueña…Yo quiero ser como mi abuela que murió”, manifiesta entre sonrisas tímidas.

Su progenitora Catherine Báez acude con ella a los talleres; en parte, como un homenaje a su madre.

“Mi mamá era salsera y bailaba Bomba y era muy orgullosa de la cultura. Entonces, recuerdo cada año cuando niña que íbamos a Puerto Rico, y yo veía a mi mamá bailar y a mis tíos y tías, y yo estaba fascinada. Yo decía que yo quería bailar así. Entonces, yo escuché de la clase y yo quería asegurarme de que Sophia entendiera que así podía conectarse con la cultura más. Yo quería que ella tuviera esa conexión”.

Y de esta forma, todos los presentes, aún con sus diferencias e historias propias, articulan lo que es ser boricua al compás del tambor, que en  la voz de Ortiz se escucharía: “Dime a dónde está la Bomba pa’ que yo también la goce. Dime a dónde está la Bomba pa’ que yo también la goce….”

“La Bomba valida lo que somos. Cuando yo bailo, yo siento, ‘yo soy boricua’, esto es hermoso”, puntualiza.

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