Editorial: Por el bien de Nicaragua

Daniel Ortega tiene que dar paso a una salida democrática en aras de acabar con la inestabilidad y violencia

Ola de protestas en Nicargua.

Ola de protestas en Nicargua. Crédito: EFE

Cuando el 21 abril se levantaron las barricadas en Monimbó, Nicaragua, debió ser un mal recuerdo para Daniel Ortega. Esa misma acción en febrero de 1978 era una página histórica de la revolución sandinista. Se repetía en 2018. La diferencia es que el comandante rebelde de ayer es el presidente autoritario de hoy.

El poder ilimitado por suerte suele convivir con una arrogancia que le impide al dictador de turno ver más allá de su entorno. Esa incapacidad de ver el presente es la que termina poniéndolo contra la pared.

La historia de Ortega contiene la ironía del hombre que pasa de líder revolucionario en el derrocamiento de una dictadura familiar de más de 40 años a querer perpetuarse en el poder indefinidamente con su esposa como vicepresidenta.

Ortega gobernó por primera entre 1985 y 1990. Regreso al poder el 2007 de lo que debería haber sido su último período. En 2012 es reelecto después de que la Corte Suprema dice que las dos prohibiciones de la Constitución coartan la libertad de Ortega. En 2017 otra vez.

Además de la reforma que le permite al Presidente una reelección indefinida, se cambia el Código Militar que prohibía reelegir al jefe del Ejército, al igual que con la Policía Nacional. El Comisionado General de la Policía, Francisco Díaz, es consuegro de Ortega.

Ortega creó un gobierno de “diálogo y consenso” a puertas cerradas con el sector privado. Un modelo corporativo que tuvo en una década de gobierno más de 40 empresarios en el gabinete. Uno se ocupaba de la economía, el otro de la política.

La protesta estudiantil comienza por la lenta reacción del gobierno ante el incendio del 3 de abril en la reserva biológica Indio Maíz, que es finalmente controlado 10 días más tarde. Tres días después se anuncian los cambios en las jubilaciones decididos para evitar la quiebra del sistema.

Las medidas tomadas sin consulta crearon un descontento general. Aumentaban impuestos y reducían beneficios para el déficit de muchos gastos que los nicaragüenses creen que son superfluos.

A los estudiantes universitarios frescos por la protesta ecológica, se le unió la juventud el 18 de abril. El gobierno reprimió, ya murieron más de 170 manifestantes. Las protestas se extendieron. Los empresarios le dieron la espalda. Ortega retiró la reforma el 22 de abril, pero el daño ya está hecho.

Dio marcha atrás. Los nicaragüenses se dan cuenta de su poder y de la debilidad de Ortega. Ya es hora de regresar a la Constitución por la que se luchó hace unas décadas. La diseñada para la alternancia democrática.

Es el momento de una negociación que conduzca a una salida electoral, a una elección. Un presidencia ilimitada es algo malo en cualquier lugar, incluyendo a Nicaragua.

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