Mil Mundos abiertos en Bushwick

María Herrón ha puesto en marcha una tienda de libros para un barrio en el que hacía décadas que no se abría ninguna.

María Herrón, dueña de la librería Mil Mundos de Bushwick.

María Herrón, dueña de la librería Mil Mundos de Bushwick. Crédito: Ana B. Nieto | El diario

María Herrón dice que en general no le gusta comprar. Le estresa. Ha viajado con billete de ida pero sin vuelta precisa a muchos lugares y ha procurado llevar una existencia ligera en cuanto a sus posesiones para no acarrear peso. Siempre le ha gustado leer pero esta mujer nacida en El Bronx de madre cubana lo ha hecho en las bibliotecas públicas, donde ha trabajado colocando libros en las estanterías desde que era una adolescente.

Hoy, a los 32 años, vende libros.

Lo hace desde Mil Mundos, una librería que ha abierto hace poco más de tres meses en una zona de Bushwick en la que la calle habla español, muchos locales ofrecen comida latina y los comerciantes en la acera tienen mercancía con precios en dólares a los que todo el mundo se refiere como pesos.

Es un barrio de Brooklyn en el que hay librerías (o tiendas de libros) pequeñas de libros usados y una de las sucursales de la Biblioteca Pública pero no una tienda de libros en las últimas décadas.

Mil Mundos, un pequeño pero coqueto local que ha puesto a punto con un presupuesto apretado y con ayuda de sus colaboradores, tiene como misión servir propósitos distintos que la oferta de libros existente en el barrio, tanto las bibliotecas publicas — “cuya oferta de libros en español es limitada”, dice–, como las tiendas de libros usados.

En Mil Mundos se vende ficción, no ficción, ciencia ficción, fantasía, poseía y revistas en inglés y en español. “Si solo hubiese bibliotecas y tiendas de libros usados no habría quien hable del condición social actual a través de distintos géneros, en libros para adultos y para niños”, explica. 

Con todo, Herrón habla con cariño de las bibliotecas públicas porque tienen buenos programas y ella misma, trabajando y adentrándose por los pasillos por su trabajo descubrió narrativas que le fueron de mucha ayuda por el escapismo que le proporcionaban.

Se familiarizó con el mundo de las librerías porque antes de dedicarse a tiempo completo como ahora hace a su empleo de técnico de cámara, estuvo trabajando en el Lower East Side como camarera en un local que le ofrecía un turno cortado por tres horas de descanso. Llenar ese tiempo le llevó a la librería Bluestockings Bookstore, Cafe & Activist Center. Allí les preguntó si podía quedarse a leer aunque no comprara el libro. Le dijeron que sí. “Solo tienes que pagar si te lo llevas a casa”.

“Nadie me había dicho eso en una tienda”, recuerda.

Su propuesta fue, “dame un libro que no pueda dejar de leer y me tenga que llevar”. Le ofrecieron dos y compró uno de ellos. No pudo dejar The Chronology of Water de Lidia Yuknavitch, un libro que, por supuesto, se vende ahora en Mil Mundos. 

Herrón volvió y pidió colaborar en la librería, gratis como el resto de los que allá trabajaban en lo que se conoce como un workers collective. No fue fácil adaptar su horario errático y sus viajes pero dice que quería entender lo que pasaba en ese espacio, lo que tenían que ofrecer. “Era como un perfume que uno quiere oler de nuevo o un color que uno no había visto antes. Me dejaron involucrarme y fui uno de los miembros del colectivo durante cuatro años”

La mayor parte de la decoración ha sido obra del colectivo de trabajadores de Mil Mundos./Ana B. Nieto

Son años en los que hizo de todo, desde renovar el alquiler hasta llevar las relaciones con los distribuidores de libros. “Aprendí el negocio de comprar libros, conocí a los vendedores”.

En 2016 dejó el colectivo, empezó su trabajo con la cámara y “había otras cosas que solucionar”, dice para zanjar con ese comentario situaciones personales.  

Tenía la experiencia, la pasión por la lectura y vivía en un lugar — Bushwick–, en el que no había la oferta que ella veía necesaria. En Bluestockings dice que vio a gente transformada por simplemente encontrarse en ese lugar. Quería eso para su barrio.

Quiso pensar en su vecindario a largo plazo, no como alguien que llega renueva el alquiler por un año y se va sin aportar nada al lugar en el que vive. Herrón se muestra amable con las políticas de revitalización de barrios pero es muy crítica con la gentrificación. Critica que lo nuevo que se está haciendo en el vecindario, como los edificios de condos modernos, no es para la gente que ya vive allí sino para los que quieren ir a disfrutar de un carácter que sin embargo van a cambiar con su llegada.

María Herrón aprendió a gestionar compras con distribuidores en Bluestockings./ A. B. N.

Abrir Mil Mundos no ha sido fácil. Primero porque una vez que pasaron los dos primeros meses del año en los que su trabajo ha estado algo lento, apenas tiene semanas de menos de 70 horas como técnico de cámara lo que le deja poco tiempo para estar en la librería. Sus colaboradores toman los turnos. 

Luego porque de partida había un cierto olvido cultural sobre su propuesta. “¿Una tienda de libros? Esas son cosas que pasan en Manhattan, he oído”. Además, a eso se unía, una cierta confusión basada en la lengua, es una librería, pero no un Library sino un Book Store.

Por supuesto estaba el problema de la financiación. La banca le daba menos de lo que pedía porque no tenía aval. El banco comunitario menos de lo que necesitaba  y por eso, pese al esfuerzo hoy tienen una campaña en Indigogo para recaudar fondos.

Admite que no va muy bien y le preocupa porque consiguieron $10,000 en préstamos de lo que pidieron y la puesta en marcha les costó $10,000 más de lo presupuestado. De los $50,000 que necesita, $14,000 es para pagar al contratista. El resto es para equipos, servicios y costos para que con el tiempo sea sostenible.

Para mantener los costos bajos muchas de las estanterías de libros las ha hecho con sus colaboradores que además atienden en local sin cobrar. Nadie cobra, funciona como un colectivo en este momento. Pero no están haciendo nada que no les guste y apasione.

“He abierto una librería a los 32 años y puede ser un desastre y que la cerremos”, admite. “Entonces tendré 33 años y un local cerrado pero tenía que tratarlo. No voy a mentir, fui un poco temeraria cuando la abrí pero lo hice porque es lo que quería hacer”.

Mil Mundos ha abierto en un local que Herrón dice que ha tenido mil vidas de cinco minutos. Y vuelve sobre sus esperanzas de durar más que lo anterior. “Si, podemos cerrar, pero quiero que funcione. Es lo que pasa cuando uno trata de hace cosas, hay que tomar en cuenta que puede fallar, no funcionar y caerse pero es lo que tienen todas las historias básicas de compromiso y éxito. Hay que seguir tratando”.

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