La niña Fatima como espejo de México

El país es víctima de un inicio de descomposición social

Miles de mujeres protestaron en México contra los feminicidios.

Miles de mujeres protestaron en México contra los feminicidios.  Crédito: Getty Images

Cuando parecía que habíamos sobrepasado el umbral del horror, vino el asesinato de la niña Fatima Aldrighett Antón, de 7 años, en la delegación Xochimilco, México, y sacudió a la opinión pública.

Y si bien los sospechosos de secuestro agravado y feminicidio están tras las rejas, está suelta la profunda crisis de pérdida de valores que permite tal barbaridad.

En el secuestro, tortura y asesinato macabro de la niñita han convergido muchos de los males que aquejan a México. El de la negligencia: la escuela dejó ir a la niña con una desconocida. La Fiscalía retrasó la denuncia por más de 24 horas. La desconfianza, apatía y el “valemadrismo” contaminaron la investigación.

La respuesta del presidente López Obrador, quien achacó la desaparición de las normas humanas al neoliberalismo, falló no por equivocarse sino por no expresar su horror humano ante el crimen. Podía haber anunciado su apoyo a la familia. O su determinación de castigar a los culpables. O declarado que no descansará hasta que cesen los feminicidios.

En México mueren asesinadas cada día diez mujeres a manos de parejas, padres, novios o extraños, por su condición de mujeres. Cada 24 horas se registran 90 homicidios. A la violencia dentro del hogar se agrega implacable la violencia del narco.

El país vecino está desbordado por los crímenes más funestos, abyectos e indignantes, aquellos ejercidos contra mujeres y niños.

Se trata de una emergencia nacional que requiere del país utilizar todos sus recursos en contra de los feminicidios. Para que se prevengan, solucionen y castiguen esos crímenes.

El que mató a Fátima no sería tan frecuentes si las instituciones, incluyendo las policías, le diesen la debida prioridad. Su ausencia significa que quienes pueden combatir la maldad se hacen a un lado, ignorándola.

Es cierto que la violencia contra mujeres no es un fenómeno mexicano, sino internacional. Y que más y más mujeres se están organizando y protestando contra los feminicidios en todo el continente. Es gracias a su acción de protesta y reivindicación que se incrementó la presión para que se destinen recursos, para que los gobernantes pasen de la palabra a la acción.

Porque esto pareciera un torrente de noticias desesperantes. Una semana atrás, Ingrid Escamilla de 25 años fue asesinada por su pareja, quien lo confesó en un brutal video difundido en los medios con truculencia e insensibilidad por el dolor del prójimo.

Poco antes, Abril Pérez Sagaón fue asesinada a tiros después de de que ella y su hija denunciaron a su marido por intentar matarla con un bate de béisbol. El juez lo dejó libre porque se trataba de violencia doméstica.

México es víctima de un inicio de descomposición social por la violencia del crimen organizado. Por la pérdida de los lazos afectivos y sociales que provoca la pobreza. Por la cultura de la impunidad, por la cual ocho de cada 10 delitos no reciben una sentencia condenatoria. De ahí que el país se ahoga en violencia y que esta ya es tolerada, soportada o aceptada. Pero eso tiene que cambiar.

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