Oda al amor nupcial

El verdadero amor, el amor siempre renovado, siempre nupcial, pide reciprocidad y fidelidad

Fray Luis de León.

Fray Luis de León. Crédito: Shutterstock

“¡Que me bese con los besos de su boca! Más deliciosos que el vino son tus amores”. Así inicia –electrizado de pasión– el poema amoroso más leído, comentado e influyente de la literatura universal. Y, ¡oh paradoja!, este “Cantar de los Cantares” es uno de los libros de la Biblia hebrea (Tanaj) y de la Biblia cristiana. La tradición judía lee el poema como celebración de la alianza entre Yahvé e Israel. El Rabí Akiva (siglos I-II d. C.) afirma: “El mundo entero no era digno del día en que esta Canción sublime fue dada a Israel. […] El Cantar es la escritura Santa por excelencia”.

Por su parte, la tradición cristiana interpreta el poema como alegoría del amor de Dios o Jesucristo por Israel, la Iglesia o el alma. El Cantar hará las delicias de místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, que reorientarán las metáforas embriagadas del poema a su amor por Dios: “llama de amor viva”, por quien “muero de amor”. Fray Luis de León ofrecerá la primera traducción castellana de esta “canción suavísima”, así como un hermoso comentario literal y espiritual.

El Cantar se presenta como un diálogo entre el rey Salomón, su enamorada –y luego esposa– y el coro. ¿Es un único poema –sobre la boda, su preparación y disfrute– o una colección de poemas amorosos? Los expertos siguen debatiendo. Quienquiera que sea su autor, la voz predominante es femenina.

La mujer es quien más habla (81 versos por 49 del hombre) y es la que abre y cierra el poema. Es, además, una mujer trabajadora, de la que el hombre no solo destaca su belleza física, sino también su “dulce” voz, su hablar “gracioso” y su espíritu indomable: “terrible como escuadrones en orden de combate. Aparta de mí tus ojos, que me conturban”.

El amado describe, con un aluvión de metáforas y comparaciones, la belleza de su amada. Sus ojos son palomas; sus dientes, rebaño de ovejas esquiladas; sus labios, cintas de grana; su lengua, panal de leche y miel. Su cuello “es como una torre de marfil”; sus “dos pechos, como dos gacelillas gemelas que pacen entre azucenas”; su ombligo, como copa redonda. Ahora bien, en este poema tan igualitario, en esta celebración pletórica de la corporalidad, la amada también se extasía en la belleza del amado, que “entre mis pechos reposa”. Su cabeza es oro fino; “sus cabellos, racimos de dátiles”; sus mejillas, hierbas balsámicas; “su talle, un tronco de marfil”; “sus piernas, columnas de mármol”.

El poema describe, con imágenes inflamadas, la noche de bodas. Y no solo destaca la fascinación y el arrobamiento de los esposos, sino también su mutua posesión. “Mi amado es para mí, y yo para él”. El verdadero amor, el amor siempre renovado, siempre nupcial, pide reciprocidad y fidelidad: nadie puede comprarlo, ni el tiempo extinguirlo. “Grábame como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo, que fuerte como la muerte es el amor”.

Enrique Sánchez Costa es Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra (UPF, Barcelona). Profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura (UDEP, Lima). Autor de un libro (traducido al inglés) y de una docena de artículos académicos de literatura comparada y crítica literaria.

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