La médica que ayudó a que millones de mujeres con cáncer de mama preservaran sus senos (y fue criticada por eso)
La oncóloga canadiense fue blanco de críticas, pero demostró que el enfoque médico que prioriza las intervenciones por sobre el trato humano estaba errado
Cambió la vida de millares de mujeres con cáncer de mama, pero fue ferozmente criticada por eso.
La médica canadiense Vera Peters puso a las personas en el centro de la medicina en un momento en que los médicos prestaban poca atención a los miedos y las ansiedades de sus pacientes.
“Algunos (doctores) sienten que son dioses”, describió Peters a sus colegas en 1979, dejando en claro que estaba convencida de que “el paciente tiene más derechos que el médico”.
Cuando en la década de 1950 sugirió una cirugía menos invasiva para mujeres con cáncer de mama, era una voz solitaria en un terreno dominado por los hombres.
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Y si bien es probable que no muchos hayan escuchado su nombre, su trabajo tuvo un gran impacto en la forma en que hoy en día se trata a los pacientes con cáncer en todo el mundo.
Una cirugía “perfecta”
Primero es necesario volver en el tiempo para ver cómo eran los tratamientos contra el cáncer antes de que Peters apareciera.
Durante buena parte del siglo XX, el abordaje estándar para el cáncer de mama, incluso para las etapas iniciales, era una muy dolorosa remoción de senos, un procedimiento conocido como mastectomía radical.
El procedimiento consistía en extirpar no solo el tumor en sí, sino también la piel, los pezones, los tejidos de las axilas e incluso los músculos pectorales.
A pesar de que curaba la dolencia, dejaba a las mujeres desfiguradas, con severas hinchazones debajo de los brazos y otros problemas físicos.
El procedimiento también afectaba psicológicamente a las pacientes, con consecuencias en su imagen corporal y su sexualidad.
La mastectomía radical había sido desarrollada por el cirujano estadounidenseWilliam Halsteda finales del siglo XIX y, cien años después, sigue siendo considerada como una “cirugía perfecta”.
“Era el pan y la mantequilla de las cirugías. Era eso. Era fácil. Tenía muy pocas complicaciones, porque las pacientes operadas eran por lo general mujeres de mediana edad o incluso más jóvenes”, le dice a la BBC Jennifer Ingram, hija de Vera Peters que trabaja como médica en Ontario.
“Pero los médicos realmente no captaban el impacto que esa operación tenía en las mujeres, en sus parejas, en sus relaciones, sus egos. Una vez se curaban las heridas de la cirugía, los médicos no se preocupaban más”, agrega.
Sin poder opinar
Durante años, a los pacientes -y particularmente si eran mujeres- no se les pedía su opinión sobre los asuntos de su propia salud.
Ingram dice que, en verdad, aquellas que mostraban signos de ansiedad o angustia eran rotuladas como “locas”.
“Si tenías un nódulo en el pecho e ibas al médico, este te enviaba al cirujano, quien te decía que podía ser cáncer y te explicaba lo que te iban a hacer”, cuenta.
“Las mujeres entraban sin saber con certeza si tenían cáncer, firmaban un consentimiento para hacer una biopsia y terminaban sin un seno“, añade.
Ingram señala que, ligados a esa cadena de eventos, estaban “todos los comportamientos problemáticos de la medicina”.
“Normalmente, los cirujanos eran hombres, hablando con una paciente en sociedades dominadas por hombres, en las que se veía a las mujeres como seres frágiles, ansiosos, que necesitaban escuchar lo que debían hacer”, dice.
En ese contexto entra Vera Peters, cuyo primer encuentro con el cáncer de mama fue en casa.
Antecedentes de familia
Peters había perdido a su madre por cáncer de mama en 1933, después de un largo padecimiento. Eso tuvo un profundo impacto en ella.
La familia vivía en una hacienda lechera cerca de Toronto, donde Peters ya se destacaba como una joven y brillante estudiante que terminó el bachillerato a los 16 años.
Estudió matemáticas y física antes de optar por la carrera de medicina en la Universidad de Toronto “porque estaba interesada en las personas”, según dijo en una entrevista en 1979 a la Asociación Médica de Ontario (OMA, por sus siglas en inglés).
Peters fue una de las 10 mujeres que comenzó la carrera de medicina en 1935, en una clase de 100 personas.
Luego, se encontró trabajando junto al radiólogo que había tratado a su mamá durante el cáncer, Gordon E. Richards, en el Hospital General de Toronto.
Fue allí que vio que dos tercios de las pacientes que llegaban al Instituto de Radioterapia del hospital eran sometidas al procedimiento invasivo y notó que muchas de ellas terminaban emocionalmente devastadas.
“Me encontré con muchas mujeres perturbadas y desanimadas. Desde muy temprano descubrí que la actitud del paciente tenía que ver con la supervivencia”, le dijo la médica a la AMO.
“Las supervivencias más cortas fueron fáciles de predecir: eran las pacientes que estaban muy enojadas por muchas cosas, especialmente con la cirugía. Eran personas enojadas, desesperadas y solitarias”.
Sanando lo “incurable”
Pero la primera conquista de Peters no fue en el campo del cáncer mamario, sino en la dolencia de Hodgkin, un tipo de cáncer en el sistema linfático.
En esa época, el linfoma era considerado incurable, pero la experiencia del doctor Richards sugería lo contrario. Entonces, en 1947, él le pidió a Peters revisar los resultados.
En 1950 Peters publicó un artículo en el que argumentaba que la dolencia podía ser curada con altas dosis de radiación si era administrada de una determinada manera.
La médica ganó mucha notoriedad por eso, pero el mundo de la medicina solo comenzó a creer en sus conclusiones unos 10 años más tarde.
“Tan pronto como demuestras algo que no es parte de la creencia común, te enfrentas a mucha incredulidad”, señaló Peters en 1979.
El doctor Richards murió en 1949 debido a la exposición a la radiación y los colegas de Peters comenzaron a insinuar que ella no sería capaz de llevar adelante el trabajo sola.
Algunos señalaron que sus hallazgos habían sido “un golpe de suerte” y que se debía dedicar a las tareas “de mujeres”, según relató la doctora.
“Condenadas a muerte”
En 1958 Vera Peters comenzó a trabajar en el hospital Princesa Margarita de Toronto.
Ya convertida en una oncóloga conocida, comenzó a recibir pacientes de todas las provincias que por razones médicas no podían someterse a una mastectomía radical y, por tanto, parecían estar “condenadas a muerte”, señala Ingram.
Lo que ella hacía entonces era remover los nódulos de los senos y después tratarlas con radiología de la mejor manera posible.
“Gradualmente comenzó a rodar la voz de que esa mujer, que conocía el tratamiento de la radiología, estaba tratando a esas mujeres que tenían cáncer de mama y que aceptaría a otros pacientes”, cuenta Ingram.
“Las personas comenzaron a pedir su opinión, incluso así ella no estuviese necesariamente involucrada en el caso. Y gradualmente comenzó a tratar a más mujeres con mastectomías no radicales, si satisfacían ciertos criterios”, añade.
Las opiniones sobre los beneficios de la mastectomía radical estaban divididas y algunos médicos en Europa estaban discutiendo procedimientos menos agresivos, como la lumpectomía, una cirugía que apenas remueve el tumor y parte de los tejidos que están alrededor.
Pero eso no ocurría por entonces en Canadá.
Peters comenzó a escribir sobre este asunto con base en sus propios resultados a partir de 1967.
En 1975 publicó un amplio estudio de cerca de 8,000 pacientes que había atendido entre 1939 y 1969.
Y demostró que las tasas de supervivencia de quienes habían pasado por una mastectomía radical no eran mayores que las de aquellas que habían recibido tratamientos menos agresivos.
A pesar de los resultados, su investigación fue recibida con escepticismo.
La demonización
Ingram cuenta que en 1975 asistió a una conferencia que su madre dio en el Colegio Real de Médicos y Cirujanos de Canadá, en Winnipeg.
“La sala estaba llena de cirujanos. Y frente a ellos estaba esta mujer diminuta y bien vestida, no parecía un cirujano. En la audiencia, todos estaban en estado de shock. Estaba claro que nunca consideraron que (la mastectomía) no era la cirugía más perfecta”, dice Ingram.
“No podían creerlo. Ver una reducción en las cirugías que promocionaban generaba todo tipo de problemas políticos, financieros y de otra clase. Los cirujanos simplemente no podían manejarlo”, agrega.
Ingram señala que “los cirujanos se unieron para demonizarla de distintas maneras”, lo que significaba que cualquier cirujano que se saliera del tratamiento convencional podría comprometer su propia carrera.
Poco tiempo después, Peters renunció al hospital Princesa Margarita “un poco enfadada”, porque la institución estaba pensando en participar de un estudio clínico en el que las mujeres recibirían arbitrariamente la mastectomía o la lumpectomía.
Ella consideraba que esos experimentos causarían sufrimiento innecesario a las mujeres.
Los resultados de esos experimentos confirmaron su teoría, pero solo fueron publicados en 2002.
“Cuida a tu paciente”
Hoy, gracias al trabajo de Peters, la mastectomía radical raramente se practica en mujeres con cáncer.
Sin embargo, a pesar de que eran ciertas sus afirmaciones, recién en los últimos años de su vida el trabajo de Peters comenzó a recibir algún reconocimiento.
Por su trabajo sobre Hodgkin fue nombrada miembro de la Orden de Canadá y más tarde elevada al rango de Oficial de la Orden de Canadá, a fines de la década de 1970, un reconocimiento que premia la labor humanística en este país.
En 2010, fue incorporada de forma póstuma al Salón de la Fama de la medicina canadiense. También recibió doctorados honorarios y varias medallas al mérito en Canadá, EE.UU. y Europa.
En 1984, Peters fue diagnosticada con cáncer de mama y, fiel a sus convicciones, fue tratada con lumpectomía.
Murió 9 años después, con 82 años, debido a un cáncer pulmonar y en el hospital donde pasó gran parte de su carrera, el Princesa Margarita.
Ingram dice que su madre “nunca fue una mujer que procuró atención” y que su objetivo fue siempre mitigar la “injusticia” que ella percibía en la manera en que se trataba a los pacientes.
“Si ella en algún momento quiso que la elogiaran, era por parte de las pacientes. Ellas la amaban“, dice.
Esto se debió a su enfoque, que buscaba integrar al paciente y sus familias en el proceso de toma de decisiones.
Como le dijo la misma Peters a OMA en 1979: “Para decidir cuál es la mejor alternativa, se necesita ayuda. Y la mejor ayuda que puedo obtener es del paciente”.
“Considere los temores del paciente, considere las ambiciones del paciente“, dijo.
“El médico necesita atender al paciente… Después de todo, el paciente es mucho más importante que el médico”.
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