Jóvenes inmigrantes centroamericanos son deportados sólo para morir en su país

Cinco activistas de la organización United We Dream en una protesta a fines de junio en Washington DC interrumpieron un evento en donde hablaba el secretario de Seguridad Nacional, Jeh Johnson. Uno por uno los activistas le dijeron a Johnson que él tenía en sus manos la sangre de los jóvenes centroamericanos a quienes se les ha negado el asilo político y como resultado han muerto al ser regresados a su país.

He aquí cuatro casos, los cuales aparecieron en el diario The Guardian y el de Chocoy en Los Angeles Times. Unos 83 inmigrantes han sido asesinados desde 2014 al ser deportados por Estados Unidos a El Salvador, Guatemala y Honduras, de donde los refugiados continúan huyendo de la violencia.

José Marvin Martínez tenía apenas 16 años cuando abandonó su pueblo de San Manuel, en Honduras, meses después que su hermano Rigoberto fue asesinado por una pandilla. Martínez tuvo suerte en cruzar la frontera. Pero en mayo de 2013 él fue detenido por inmigración en Laredo, Texas. Después que Marvin no apareció a una cita de corte, fue arrestado y deportado en agosto de 2014. Cuatro meses después, cuando estaba sentado afuera de una tienda en San Manuel, fue asesinado.

Giovanni Miranda llegó como indocumentado desde El Salvador junto con su madre  a este país de niño. Su madre lo crio en Dallas, Texas. Ya de joven Giovanni decidió que su pasión en la vida era pintar autos. En 2009 durante un accidente le suspendieron su licencia de manejar. Una revisión además descubrió que en 2002 había sido arrestado por posesión de medio gramo de cocaína. A Miranda, de 32 años, se le deportó en julio de 2012. En junio de 2015 dos jóvenes entraron a su taller en Santa Tecla, un suburbio de El Salvador, y lo mataron.

Gredis Alexander Hernández  salió de Honduras con su hermana después de ver cuando alguien mató al novio de ella. Llegaron a la frontera con Mexico y Guatemala soñando llegar a la tierra prometida de Estados Unidos. Sin embargo ahí las autoridades mexicanas los interceptaron y fueron enviados a su país. No pasaron dos días cuando Hernández fue muerto de dos tiros mientras dormía en su cama. El joven tenía solo 14 años.

Edgar Chocoy, de 16 años, le dijo a un juez de inmigración en Denver en 2004 que “Me matarán si regreso”. Pero el 10 de marzo del mismo año Chocoy fue deportado a Guatemala. Apenas 17 días después, Chocoy se aventuró a ver pasar por las calles en una procesión de vírgenes y santos de la Iglesia Católica. Ahí alguien lo mató. Su predicción, que el juez ignoró, se había cumplido.

Los activistas soñadores de United We Dream apuntan que Estados Unidos, el faro de la libertad, no debería estar deportando a jóvenes centroamericanos sólo para que allá encuentren su muerte. Una revisión a esta política errónea es necesaria de inmediato.

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