Uber abre sus puertas y emplea a refugiados en México

Se ganan la vida entregando comida en la capital mexicana

MÉXICO – Ha sido un día cansado para Frank, un refugiado camerunés que huyó de su pueblo natal querían matarlo. Lleva cuatro horas pedaleando la bicicleta en Ciudad de México, una de las más peligrosas del mundo para este tipo de transporte y,  aunque poco a poco se abre paso la cultura de dos ruedas, todavía haya automovilistas celosos del asfalto que lanzan volantzsos a sus rivales más débiles.

Frank mira de reojo, calcula el espacio, trata de equilibrarse con la caja trasera donde transporta comida y, al mismo tiempo busca la dirección con la guía de google maps para entregarla en perfecto estado tal y como lo exige su nuevo trabajo en la empresa Uber, división Uber Eats.

“It´s too dificult”, piensa y, en sus pensamientos se da cuenta también que tiene suerte porque sigue con vida y porque es uno de los pocos refugiados en México (alrededor del 20%) que encontró un empleo rápidamente: él llegó aquí el 16 de noviembre pasado.

Frank en entrega de uno de los pedidos de Uber Eats.
Frank en entrega de uno de los pedidos de Uber Eats.

A sus 18 años forma parte de un programa de la empresa multinacional que empezó a operar en México en 2013 para resolver un problema sencillo: ¿cómo obtener un viaje con sólo apretar un botón? y seis años y más de mil millones de viajes después se convenció que debía ayudar a emplear a algunas de esas personas que fueron expulsados de sus países de manera forzada: los refugiados.

En conjunto con la asociación civil Casa de Refugiados –que trabaja con ACNUR, la agencia de la ONU- actualmente emplea a 15 personas que se han registrado como conductores de automóviles y siete como repartidores de UberEATS.

Esta empresa es una de las más reconocidas que ha querido ayudar pero está poniendo el ejemplo y ahora otras empresas se empiezan a animar y ya no están tan desconfiadas”, observa Vania Ruíz, subcordinadora de Soluciones duraderas en Casa de Refugiados.

“El problema es que hay muchos tabúes para que los contraten porque no tienen los documentos mexicanos como cualquier otro nacido aquí sino sus tarjetas de residencia y a nosotros nos preocupa que encuentren trabajo para que puedan sobrevivir porque el gobierno sólo les da ayuda por tres meses”.

A través de la alianza con Uber, los conductores reciben alrededor de 150 dólares al completar sus primeros 20 viajes, mientras que los repartidores de UberEATS reciben 100 al completar sus primeras 40 entregas, con lo que eventualmente podrán adquirir su propia bicicleta.

Dos repartidores con el equipo de la organización Casa de Refugiados.
Dos repartidores con el equipo de la organización Casa de Refugiados.

Frank sabe que está en ese proceso de ser independiente. Ya no recibe dinero oficial y todavía tardará mucho en poder apoyar a su familia en Camerún, pero “le echa ganas” y sigue al pie de la letra las instrucciones de gente voluntaria que le enseñan cómo comportarse en las calles, cómo tomar atajos, evitar agresiones de los automovilistas y hasta sobrevivir como angloparlante mientras aprende el castellano.

Alberto Pérez, uno de los guías voluntarios al que todos conocen como “Toto” dice que se involucró en el proyecto para ser solidario en un país que discrimina por todo. “A mi me discriminan por mis rastas y a ellos porque no entienden bien el español o porque son de color”.

Frank aún no ha tenido este tipo de rechazos. Sus preocupaciones, por ahora, son los de un muchacho con ganas de superación. “Quisiera poder regresar a la escuela –piensa mientras aprieta con fuerza el manubrio-. Hace tres años que no estudio por todos mis problemas. Un hombre fue a buscarme a la escuela para intentar matarme. Tuve que dejar de ir, irme de Africa porque allá si no respetas las tradiciones te matan y si matas y tienes dinero no pasa nada”.

En México, es mejor, concluye, pero esto del trabajo es duro. “Ruego a Dios, porque yo soy católico, ruego a Dios que un día yo llegue a estar bien”.

Mientras tanto su trabajo ha inspirado a otros que lo siguen como Jeason Weednyer, de 30 años, quien emigró de Haití junto con su madre por asuntos políticos, poco trabajo y falta de vivienda. Ahora está en entrenamiento para trabajar en Uber eats y aunque los automovilistas invaden los carriles de la bicicleta, le silban para que se quite y corre ciertos riesgos está feliz.

“Aquí sí hay oportunidades, no como en Haití”, dice en su atropellado español.

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