El culto de Miguel Arcángel
No solo es el guía en el sendero después de la muerte y el jefe de los ejércitos celestes, para los campesinos mexicanos es mucho más...
De los días 27 al 30 de Septiembre se inician los preparativos por la fiesta de “San Miguel”, como le llaman los creyentes, en todos los poblados de la región central de México.
Una vez crecidos los campos de Yauhtli o Pericón (pequeña flor amarilla similar al hipérico europeo, que anuncia las lluvias venideras) les colectan y les dan forma de “Cruz” que habrán de ser colocadas en cultivos, puertas, ventanas, negocios y demás lugares que urgen blindaje contra las vibraciones diabólicas.
Para el campesinado actual, San Miguel se ha convertido no nada más en el jefe de los ejércitos celestiales, sino también en el “Jornalero” del tiempo, “Nahualayo” que dirige a los ángeles para el riego y contención del agua en su debida distribución.
Desde épocas precolombinas se acostumbraba adorar, por la misma fecha aproximadamente, a Huitzilopochtli, siendo de los dioses mayores y el más idealizado por el Altiplano central a la llegada de los españoles.
La presencia de Huitzilopochtli (en náhuatl, “colibrí zurdo” o “colibrí del sur”) era fundamental en la vida de los prehispánicos (mexicas): un guía excepcional hacia el camino del sol, un dios de la guerra que protegía el desarrollo de los hombres hasta su emancipación corporal y su proyección divina.
Miguel Arcángel es el guía en el sendero después de la muerte, es aquel que ayuda en el asecho del mal, un ser que advierte el balance entre los opuestos, es el arcángel que es colocado hacia el oriente en sus nichos de templos procurando la entrada del Sol o Dios (como se quiera interpretar). Los colores brillantes en las flores cumplen su tributo cuando son presentadas para honrar los cultos diversos, y más cuando de Huitzilopochtli o el Arcángel Miguel se trata.
Hay entonces un mestizaje de credos que conforman un país vasto en espiritualidad representativa, comunidades que explican y sienten con reverencia cada rincón de la vida ordinaria, haciendo posible la magia que nos dice y alienta hacia la presencia del alma a través de los signos.