Quino visto por Mafalda

Quino, con su humor y sus monos le mejoró la hoja de vida a la aldea global como hay que decir ahora. Le puso una sonrisa de oreja a oreja. Sonrisa sarcástica, amarga, maleva, muchas veces, para estar a tono

A sus primeros 85 años que cumplió el 17 de julio, mi Quino es la suma de los pibes de su tira cómica. Es un hombre química, física y argentinamente bueno. No hay duda de que su alma está tomada por todos nosotros, como en el cuento de uno que me habría gustado que me inventara: Cortázar.

Para nuestra banda de pilluelos, el mendocino Joaquín, como le dice el 0,0000001 de la población, sigue siendo un niño en cuerpo ajeno de adulto.

Se retiró de nosotros cuando estábamos en el curubito. No resistió el voltaje y solo nos mantuvo al aire diez años y monedas. Un buen día de junio del 73 se acostó aliviado y se levantó con cara de “yo ya no doy más”.

No quería repetirse. Y colgó la pluma. Cuánta honradez, che. Otros habían seguido el camino fácil de contratar plumas mercenarias para que pensaran por él. Casos se han dado.

Siempre pensé que Quino, un clon de Felipe, mi compañero de labores, sería como esos toreros de dos pesos que jubilan la espada y vuelven, presionados por la nostalgia de los aplausos. Y acosados por cuentas bancarias por el piso. Cornadas da el hambre. Y el hombre, todavía más.

Mujer que no se  equivoca es hombre, y yo me equivoqué. Menos mal nos dejó instalados en la leyenda. De ella vivimos hace cuatro décadas. “Parece que fue ayer”, para decirlo en letra de bolero que son tangos disfrazados

Cuando se cortó la Mafalda, quiero decir, la coleta,  el mundo estaba enfermo de sus cuatro puntos cardinales. “Le falta un tornillo”, lo dice una milonga, parienta festiva del tango. En cambio ahora también. “En el mundo hay cada vez más gente y menos personas”, como digo en alguna de mis viñetas. “El mundo se repite porque carece de imaginación”, digamos con otro autor al que castigo con el olvido.

Mis caricaturas se venden pirateadas en los semáforos. Como cualquier best-seller. Hay gente que ha pagado sumas increíbles por “Toda Mafalda” que recoge todo lo mío y de mi banda de giles. Me leen de corrido como una novela porno. O de ficción. No sé si alegrarme o preocuparme.

Tampoco sé, pero me late que los derechos de los niños están en ese libro. Si la humanidad tuviera un ataque de sensatez, lo adoptaría como tal.

Me asusta pensar que si no existieran los electrodomésticos Mansfield, tampoco existiría yo. Pero me fue mejor que a mamá Eva quien fue hecha de una falsa costilla de Adán, aunque los hombres como que tienen partes más interesantes. No lo digo por mí porque el Gil del Quino me declaró eterna virginidad. Susanita experimentó por mí.

Los tales machos alfa están hechos para ser un mal necesario. Nunca pierden. Pobres hombres, tan imprescindibles que se creen, sin saber que el cementerio está lleno de ellos, según leí en una revista de peluquería que sigue frecuentando la arribista del paseo.

Me refiero, claro, a Susanita,  llena de hijos, pero con marido desechable. Susanita es de esas espléndidas minas que merecen ser viudas. Ojalá pronto.

Quino, con su humor y sus monos le mejoró la hoja de vida a la aldea global como hay que decir ahora. Le puso una sonrisa de oreja a oreja. Sonrisa sarcástica, amarga, maleva, muchas veces, para estar a tono.

Desde mi silencio nada mudo trato de tener buena salud y mala memoria para ser feliz.

Che, Joaquín Salvador: creo que no le quito más tiempo a tu creativo silencio. Solo quería cantarte el monótono japiberdi, Quinito. Mafalda y tu tribu que te ama tanto como yo detesto la sopa.

En esta nota

mafalda Opinión

Recibe gratis todas las noticias en tu correo

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y Google Política de privacidad y Se aplican las Condiciones de servicio.

¡Muchas gracias! Ya estás suscrito a nuestro newsletter

Más sobre este tema
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain