La Corrupción vs. Auto-estima

La corrupción, en un ámbito más cultural e imaginario, es una moneda de cambio, sobre todo porque alienta en gran medida el morbo de los diversos auditorios

Según palabras de Victoria Camps los “corruptos no sienten vergüenza y tampoco la ley les merece respeto”. De esto bien se puede colegir que la desvergüenza es, en gran medida, el sentimiento que caracteriza en no poca medida los tiempos que vivimos. Si aceptamos esta afirmación, bien podemos decir que para una gran mayoría de seres humanos, en todos los ámbitos: públicos o privados. es justificable hablar de corrupción como forma de vida para acceder a beneficios que de otra forma no sería posible tenerlos. Ejemplos sobran para dar cuenta de esta problemática. Según el Fondo Monetario Internacional la corrupción genera en costos directos anuales 2 billones de dólares americanos, es decir el 2% del PIB global. Se advierte, sin embargo, que en costos indirectos los costos son aún mayores.

La corrupción, en un ámbito más cultural e imaginario, es una moneda de cambio, sobre todo porque alienta en gran medida el morbo de los diversos auditorios. Decir que los demás son corruptos construye una torre de Babel en donde el principal rasgo es la confusión y donde, en consecuencia, la correcta comprensión de lo descrito en diversos lenguajes pasa a segunda término. ¿Si los demás roban, yo por qué no?, parece retumbar en el imaginario colectivo.

En el ámbito de lo público, particularmente cuando se avecinan procesos electorales, el tema genera mayor expectación. Por mucho, el enfoque que recae sobre el tema de la corrupción subordina un tema que, me parece, es de mayor alcance, me refiero a la impunidad. La corrupción cabalga a todo galope porque no hay castigo y además encuentra cómplices. Los incentivos económicos, entre otros, son bastante atractivos, por eso la vergüenza pasa a segundo plano.

Los costos no sólo financieros sino también aquellos que refieren al tema de la credibilidad y la confianza como generadores de inversión y competitividad económica o empresarial se ven seriamente mermados; sin duda en el ámbito político-social uno de los costos mayores sea el que refiere a la falta de credibilidad, a veces tal pareciera que entrampados en esta telaraña ya no nos creemos ni a nosotros mismos.

Probablemente el tema de corrupción no es tan nuevo pero pareciera que es nuestra época la que mayores evidencias ofrece respecto al tema en todo el mundo.

Vuelvo al tema de la confianza y la credibilidad. Sin duda, son factores indispensables para que los individuos y las sociedades alcancen mejores niveles de desarrollo, sobre todo porque generan ese gran intangible llamado auto-estima.

A propósito, retomo de Richard Rorty lo siguiente: “El orgullo nacional es para los países lo que el auto-respeto es a los individuos: una condición necesaria para la auto-mejora. Demasiado orgullo nacional puede producir belicosidad e imperialismo, así como un excesivo auto-respeto puede producir arrogancia. Pero así como muy poco auto-respeto dificulta a una persona mostrar coraje moral, así insuficiente orgullo nacional hace improbable el debate vigoroso y efectivo de la política nacional. El involucramiento emocional con el propio país es necesario para que la deliberación política sea imaginativa y productiva”.

Propongo enfatizar estas frases: auto-respeto, orgullo nacional, involucramiento emocional y deliberación productiva, lo hago con la intención de destacar que sin estos elementos estamos viendo pasar el tiempo, generando cansancio, arrastrando la dignidad y la auto-estima. Y lo que es más lamentable: a pesar de tantas leyes seguimos en la anomia total.  

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