¿Gracias, presidente? No

Trump y Obama en la toma de posesión del primero, enero 2017

Trump y Obama en la toma de posesión del primero, enero 2017 Crédito: Chip Somodevilla/Getty Images

Cuando en diciembre pasado madrugó -23 meses antes de los comicios- la campaña por la reelección de Donald Trump, el mensaje escogido fue: “Gracias, presidente”.

Lo mismo dijeron los fanáticos de Barack Obama al cierre de su gobierno en 2017. Irónicamente estaban “agradecidos” de una gestión que fue “tan buena” que germinó al “peor” de los sucesores…

¿Es correcto agradecer a un político o funcionario público cuando “hace bien” el trabajo por el que le pagan? Algunos hablan incluso de “sacrificio”, cuando en realidad 99% de ellos escogen felices ese oficio, por amor al pue… sto, los beneficios y el ego.

Forman un grupito universal de narcisos a quienes les falta poco para decir: “Fue un placer ‘conocerme”.

Hay casos de ciudadanos que llegan al poder sin planearlo -Mandela, Havel-, pero son excepciones. La gran mayoría se lanza por decisión propia, como otros cuando deciden ser urólogos, bomberos, bailarinas o albañiles.

La distorsión surge porque nos hemos malacostumbrado tanto a la mediocridad, la piratería y la incompetencia, que cuando nos topamos casi por error con alguien que, a nuestro parecer, cumple con su trabajo, nos frotamos los ojos, honrados y hasta bendecidos.

A nivel personal, el agradecimiento siempre es bienvenido. Es un acto noble, de grandeza. Pero cuando se aplica en términos de poder y ejercicio profesional, se cruza una línea peligrosa de sumisión y dependencia. Se invierten los cables y roles.

Si a quien “agradecemos” por hacer bien su trabajo se lo cree, comienza a abusar y hasta puede terminar llamando “ingratos” a aquellos que debe servir.

De entrada, quiere decir que no está ubicado ni claro en las responsabilidades de su cargo. Porque es a él/ella a quien corresponde dar las gracias de tener la oportunidad de servir y ejercer la profesión u oficio que escogió y, de paso, entrar en la Historia.

En cualquier empresa de mediano tamaño, la escogencia del personal es un proceso complejo y largo, de escrutinio y hasta períodos de prueba con opción de despido en cualquier momento. Con los políticos casi nunca es así y, aunque salgan por la puerta de atrás, siempre tienen una sustanciosa jubilación asegurada y hasta chance de volver (Putin, Berlusconi, Bachelet y un largo etcétera) o explotar su pasado (los Obama, los Clinton, los peronistas). ¡¿Y encima hay que agradecerles?!

Cuando necesitamos un plomero, hay docenas de opciones. Seleccionamos uno, viene a casa, hace su labor, repara, se le paga al terminar y, muy importante, se le exige garantía. Si queda mal la labor, se le reclama y debe regresar sin cobrar más. Si no, es un estafador y como tal debe ser denunciado.

Hagamos lo mismo con los políticos y funcionarios públicos.

Recientemente, un grupo de periodistas venezolanos “expresamos nuestro apoyo al Presidente de la Asamblea Nacional y Presidente Encargado de la República de Venezuela, Juan Gerardo Guaidó Márquez, en el complejo y difícil proceso emprendido para lograr el regreso de las libertades al país…”

Apoyo, sí. ¿Gracias por hacer su trabajo? Al menos no de mi parte.

Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)

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